La Diputación ha ofrecido un homenaje a los alcaldes de la democracia. A esos hombres --y, poco a poco, mujeres, la primera Pilar Granados, de Villaharta- que han gobernado nuestros pueblos con aciertos y errores, pero siempre con el riesgo y la satisfacción que da estar cada día con sus vecinos. Es más cómodo y más rentable ser diputado. Tiene más honores estar al frente de un ministerio, claro, y te concede un estatus que puede durar la vida, mientras que si eres alcalde y los votantes te retiran su favor pronto volverás a ser uno más en tu pueblo. Si eres alcalde, cada vez que pongas el pie fuera de tu casa te encontrarás con la realidad tozuda: las aceras peor o mejor arregladas, las obras pendientes, los vecinos en paro, las dificultades para financiar ese proyecto que consideras indispensable, la falta de atención en las instituciones a las que acudes en busca de soluciones. Y en cuatro años da tiempo para poco, por eso muchos consiguen repetir, una o dos veces, y cambiar algunas cosas. Porque si eres alcalde, o alcaldesa, también pasarás por delante del parque que inauguraste, del taller de empleo, de la plaza de abastos reformada, de la rotonda a la entrada del pueblo... Y verás el cartel del festival que te inventaste, y la piscina. Sí, ser alcalde será poca cosa, pero lo es todo: el máximo honor de la política.