Se os pasó quizás, a vosotras, feministas de peso, promulgadoras del «nosotros y nosotras, patriotas y patriotos», etc. Tampoco lo quiso ver Siri Hustvedt, in situ, durante la entrega de los premios Princesa de Asturias. O quizás todo sea cosa de mi olfato extrasensorial, demasiado estricto a veces, pero la frase «sentido del deber» aplicada a una niña princesa de sonrisa todavía ingenua, limpia, desencadena en mis intestinos una reacción colindante con la náusea. Porque, decidme, feministas de bandera, escudo y carné, ¿qué ocurre si a la niña princesa no le va ese rollo, ese invento del «deber»? Pero ¿qué deber? ¿No os trae el caso a la memoria ciertos ecos tercermundistas de, por ejemplo, matrimonios programados, de conveniencia, donde las niñas han de ajustarse a la voluntad de la ley, el deber y la res-pon-sa-bi-li-dad? Detecto aromas de la puta mili. Quizir: aquel padre empeñado en hacer sufrir a su niño lo que a él le fue impuesto como un deber ineludible y ya está. «Así se hace un hombre» decía. Y así pues, deviene la niña en princesa, con «sentido del deber». Es «ley de vida», otra constante en nuestra maravillosa Era de las Nuevas Tecnologías y las viejas tradiciones. Fijaos en esto: hay quien se casa, aporta hijos (e hijas, que no se diga), y se ahoga en el torbellino de consecuencias, de necesidades, de pacotilla cada vez más precaria, barata y cutre, y coge aviones y vive la vida tal y como «hay que». ¿Por qué lo hace? ¿No hay otra, en serio? ¿No queda esperanza para la Princesa de Asturias? El sentido del deber, de la responsabilidad, nace de la propia libertad de elección, cuando uno crece y se conoce a sí mismo y decide cambiar o aceptarse. Nace en la libertad y necesidad de hacer lo que uno quiere, no a lo que le empuja el entorno. «El discurso viene de una niña», subrayó, como algo bueno, la premiada señora Hustvedt. Precisamente, una niña a la orden

* Escritor