Nuestra querida tierra, Andalucía, se ha caracterizado a lo largo de la historia por muchas cosas típicas y otras tópicas. Ya desde la Antigüedad eran famosas en los pantagruélicos banquetes que celebraban los romanos, las "bailaoras" gaditanas. Cicerón en su discurso en defensa del poeta Arquias nos habla de ellas diciendo que la gracia, encanto y sensuales movimientos de los bailes encandilaban y encantaban a los patricios romanos, quienes después de los banquetes se las disputaban y pagaban altas cantidades por disfrutar en privado de sus encantos.

También era un manjar exquisito una salsa que igualmente se fabricaba en Andalucía, parece ser que preferentemente en Cádiz y que se enviaba a Roma para disfrute de los que podían comprarlo. Su invento, según los eruditos, fue en Grecia, pero el que adquirió más fama, renombre, altísimo precio y dificultad en conseguirlo fue el de Cádiz, donde todavía hoy se puede ver una factoría de fabricación de garum en la ciudad de Claudio Baello en las proximidades de Zahara de los Atunes. Igualmente ya de esa época llegaba a la capital del imperio nuestro aceite que era uno de los mejores premios que se podía conseguir en una competición atlética, pues se usaba para lubricarse el cuerpo. Tampoco podemos dejar atrás nuestros vinos y demás productos que hacían las delicias de los paladares más exigentes. No queremos entrar en más enumeraciones de tantos bienes típicos andaluces, ya que, posiblemente, no acabaríamos. Igualmente hoy día los andaluces podemos seguir sintiéndonos orgullosos de todo lo bueno que tenemos.

También hemos padecido muchos tópicos: la perezas del andaluz (bien ha demostrado fuera de nuestra tierra que tenía un pellejo para trabajar como el más esforzado). Nuestro genio alegre y dispuesto a disfrutar de la vida aunque las penas y la hiel colmaran nuestro ánimo. Y como ésos, muchos más que sería largo de enumerar. Pero quizá uno de los más perniciosos ha sido el del "señorito andaluz". Esta denominación se acuña desde mediados del siglo XIX y con ella comúnmente se calificaba como tal al poseedor de grandes o no tan grandes latifundios, cortijos, extensiones de tierras sin cultivar, etcétera, la mayoría de las veces heredadas y que en algunas ocasiones se remontaban a los tiempos de la Reconquista, y que sólo vivía de las rentas de los mismos, sin, como vulgarmente se dice, "dar un palo al agua", y que lo único que sabía hacer bien era aprovecharse de los trabajadores de sus campos, modernos siervos de la gleba, a los que explotaba al máximo. Se le caricaturizaba sobre un caballo, con pantalones, botas de montar, espuelas, sombrero cordobés y chaquetilla corta, recorriendo sus extensos predios y subyugando a sus jornaleros.

Hoy día nos encontramos con que, por estas nuestras tan queridas tierras andaluzas y también por el resto de nuestra amada España, ha surgido, casi por generación espontánea, una nueva ralea de "señoritos andaluces" que no tienen nada que ver con los así denominados desde antaño. Son de nuevo cuño, sus fortunas, en algunos casos, superan a las de los antiguos. Poseen muchas y grandes mansiones, no montan a caballo, como no sea que tengan cuadra propia, sino que conducen vehículos, algunos blindados, de alta gama. Sus propiedades no se remontan a los tiempos de la Reconquista, sino que a lo sumo tienen una antigüedad de, poco más o menos, treinta años. Tampoco, como los antiguos, "dan un palo al agua", pero eso sí, asisten a muchas reuniones, comisiones, sesiones de trabajo, porque están remuneradas con sustanciosas dietas, aunque en algunas de ellas se les vea dormitar, leer el periódico o perder el tiempo con los videojuegos de última generación. ¿Quiénes son estos señoritos de nueva generación? Son una casta de trepas que carecen de toda clase de escrúpulos y que su único fin es prosperar, aunque para ello tengan que traicionar, engañar, malversar, robar y disponer a su antojo de unos bienes que son del pueblo.

¿De dónde vienen? De cualquier lado. Muchos de ellos no han trabajado en su vida. Algunos son analfabetos prácticos. La mayoría el nivel más alto que han alcanzado en sus estudios ha sido culminar los más elementales, aunque, por las leyes de la Enseñanza, no hayan tenido que esforzarse ni lo más mínimo para ello.

¿Dónde los encontramos? En la política, en los sindicatos, en los organismos oficiales aunque no hayan superado ninguna oposición, en fin, por doquier. ¿Qué están consiguiendo con ello? Desilusionar, desesperanzar y aburrir a los ciudadanos a los que engañan, defraudan, subyugan con impuestos y leyes, en algunos casos, absurdas. ¿Cómo consiguen todo aquello de lo que disfrutan de forma ilegal? Succionando la teta de la gran vaca que se forma con nuestros impuestos, cobrando comisiones indebidas que al final también recaen sobre los ciudadanos, en fin, de mil maneras y ninguna lícita. ¿Cuál es la solución? Podría ser muy simple y práctica, si no hubiesen formado un entramado de clientelismo que hace que el poder nunca salga de sus manos. Lo ideal sería repudiarlos y retirarles de forma total nuestra confianza y no volver a darles la oportunidad para que jamás volviesen a ser los nuevos señoritos, ya no de Andalucía, sino de toda España y, que, como las garrapatas, no volviesen a chuparnos más la sangre. El acabar con todo esto está en manos de los ciudadanos.

* Doctor en Filosofía y Letras