Dentro de la apabullante oferta cultural que Córdoba propone a diario a partir de las siete de la tarde -de lo que no debe de haberse enterado el Observatorio de la Cultura de la Fundación Contemporánea, que la relega al puesto 30 entre las ciudades españolas-, ayer tuvo lugar una de las más destacadas citas anuales del Aula del Vino, y el vino también es cultura, como dejaron bien claro los clásicos. Se trataba de la entrega del título de Señora de las Tabernas, distinción ya más que consolidada en el calendario de las tradiciones cordobesas, que es ese que funde el aliento popular con las más sublimes esencias de la tierra. Y es que van ya veintiuna ediciones, como recordaba en su sección habitual del suplemento Zoco Marisol Salcedo, secretaria del Aula desde su creación en 1998.

Desde esa fecha, la entidad que dirige con un entusiasmo a prueba de obstáculos Manuel María López Alejandre no ha cesado en la razón de ser del Aula del Vino, que no es tanto inducir al consumo -responsable por supuesto-, de los caldos de la Denominación Montilla-Moriles, aunque también, como ser foro de aprendizaje y divulgación de su legado y propiedades. Para lograrlo, organiza cursos como el que ya está en marcha sobre cata. También promueve los premios Mezquita, a los que desde hace seis años ha sumado los Mezquita del aceite en una sustanciosa fusión de elementos de la cultura mediterránea que rige nuestros apetitos. Y, como está integrada por gente generosa que no duda en reconocer lo bueno en el aspecto enológico y en otras muchas caras de la vida, el Aula de vez en cuando designa socios de honor a los que rinde tributo -ante un buen fino, naturalmente-, y ya tiene en tan peculiar nómina de galardonados a ilustres personajes de la talla de Antonio Gala, Ginés Liébana, Elio Berhanyer o Arturo Fernández, entre otros. Pero las actividades que más eco social suelen tener -no hay más que ver el lleno absoluto que se monta en la sede del pasaje Gran Capitán- son el nombramiento de Tabernero de Honor y el celebrado anoche, el de Señora de las Tabernas.

Esta vez tal dignidad -que viene a ser una forma placentera de hacer feminismo de guante blanco, pero feminismo al fin- ha recaído en Elena Rojano, jefa de cocina de Casa Bravo, situada en la Puerta de Almodóvar. Un santuario del buen beber y comer regentado por su familia desde 1992, aunque la historia de este local que se resiste a hacer concesiones posmodernas se remonta al siglo XIX en que abría como despacho de vinos, hasta que en 1919 se recicló en taberna y hasta hoy.

Así que ya se iba mereciendo una distinción, obtenida a través de la hija y sucesora de los anteriores dueños, la mujer que alegra el estómago de la clientela; tanto la de siempre como las oleadas de visitantes que pasean por una de las zonas más turísticas del casco histórico. Ojalá reconocimientos como este ayuden a evitar la dolorosa desaparición de tabernas de siempre que Córdoba está sufriendo en cascada. Su cierre no solo deja a los clientes huérfanos de vino sabiamente degustado, tertulia y amistad. Las tabernas son un bien colectivo que, como los patios y los cines de verano, debería estar protegido por el Ayuntamiento. Como sea, hay que frenar esta pérdida irreparable que merma nuestra más genuina herencia cultural.