Un poco antes de comenzar la jornada laboral estándar en España, los autobuses con dirección a uno de los reputados centros hospitalarios con los que se enriquece la bella ciudad provinciana en la que, por privilegio de la fortuna, habita el anciano cronista, van colmados. La mañana en cuestión, una señora, entrada en la madurez y agraciada física y moralmente, se afanó por dejar el asiento por ella ocupado al articulista, frente a las reiteradas y agradecidas protestas de este, no en vano perteneciente a unas generaciones que aceptaban rendidamente la natural superioridad en todos los aspectos de las descendientes de Eva... La amable cesión de la referida señora se acompañó de varias expresiones en las que manifestaba la gratitud debida por las hornadas actuales a las personas que les precedieron en el camino de la vida; y, por contera, añadió unos comentarios que tenían como sujeto denostado a la clase política del presente, no muy interesada, según ella, en rendir homenaje y respeto a los ancianos. Pese a ello, a la mencionada señora, perteneciente sin duda a escalones bajos del mundo laboral, no cabría incluirla en el estrato de los laudatores temporis acti, y sí en las filas de un progresismo tan respetable como dinámico (iba de oyente a un curso universitario acerca de la solidaridad activa con «los sin techo»).

Naturalmente, tras este feliz encuentro, el cronista se ilusionó por hacer muy rentable su habitual jornada en la excelente Biblioteca de la Facultad en que prestara en otra época sus modestos pero ardidos servicios. Tal día, a los cuatro periódicos diarios recibidos en su domicilio, añadiría en dicha jornada la lectura de otros cuatro de ámbito regional y local. Periódicos casi todos ellos de envidiable factura técnica y literaria, así a escala autonómica como nacional. Prensa plenamente de nivel «europeo», con rigor factual --separando de modo escrupuloso información de opinión-- y correcto y, por lo común, elegante lenguaje. Sin embargo, en la fecha señalada -comedios de noviembre- la materia de información española no podía ser más desazonante, salvo en la sección deportiva. En el plano político, ahincamiento en la mediocridad congenial a la res pública de la antigua Hispania desde años y, sobre todo, meses atrás: rutinarismo y grisaciedad, solo vencidos, a las veces, por declaraciones y pronunciamientos de algunos prohombres supérstites de las hornadas que llevaron a cabo la formidable hazaña de la Transición en el decenio áureo de 1975-85 --F. González, A. Guerra, C. Solchaga, M. Herrero y Rodríguez de Miñón, Manuel Roca i Yuñent...--. Y en la vertiente cultural, un horizonte ominoso, plano de todo punto y carente de cualquier atisbo de creatividad en los surcos en que florecieran tradicionalmente los frutos más serondos de nuestro incomparable legado artístico y literario, jamás superado por ningún otro de las viejas naciones que hicieron a Europa.

Pero, pese a todo, es seguro que, a la fecha, señoras como la protagonista de estas líneas volanderas seguirán sembrando, a manos llenas, esperanzas y signos, como querían don Antonio Machado y los varones egregios que le inculcaron un amor inmaculado a su patria, de un nuevo amanecer de España... En las últimas pulsaciones del año de 2019 apostemos por ello.

* Catedrático