En su inteligente columna Sorbete de limón el escritor Carmelo Casaño ha vuelto a remover un debate estancado desde hace años en la vía muerta de la indiferencia municipal: el deseable traslado del grupo escultórico de Nerón y Séneca --que hoy naufraga en la inmensidad de los Llanos del Pretorio-- al entorno del Templo Romano, ahora que se anuncia su próxima puesta en valor turístico y cultural. Una buena idea que no debería caer en saco roto, formulada desde el sentido común y la fina sensibilidad por quien tan demostrado tiene su amor y conocimiento de Córdoba.

Hace ya un lustro a muchos cordobeses nos llenó de satisfacción que el grupo escultórico de Nerón y Séneca --con el que el artista zamorano Eduardo Barrón consiguió en 1904 la Medalla de Oro en la Exposición Nacional de Bellas Artes-- se fundiera por fin en bronce, tras permanecer una eternidad arrinconado en el hall del Ayuntamiento, expuesto a constantes roturas y mutilaciones. Muchos ordenanzas municipales podrán atestiguar las veces que recogieron del suelo dedos fracturados y otros apéndices para que pudiesen ser reintegrarlos en hipotéticas restauraciones posteriores, aunque algunos fragmentos se perdiesen pese a su celo. No merecía tan soberbia escultura permanecer condenada para siempre a la quebradiza escayola.

Cuando el Museo del Prado, propietario de la obra, reclamó su devolución, Ayuntamiento y Cajasur tuvieron el acierto de costear una réplica en bronce que permaneciera en Córdoba. Pero a muchos cordobeses nos sorprendió ne-gativamente verla colocada en los Llanos del Pretorio, delante de un fantasmal paso de peatones por el que nadie cruza, así que pasa totalmente desapercibida hasta perderse en tan vasto espacio abierto. Al incendiario Nerón no importa que se le condene a ese aislamiento, pero ni nuestro paisano el filósofo Lucio Anneo Séneca ni el laureado escultor Eduardo Barrón merecen semejante desprecio, condenados al destierro de un lugar donde ni siquiera las palomas errantes les hacen compañía.

Sin embargo una estatua pública no es algo inamovible. Ya existe el precedente del monumento dedicado al escultor barroco Juan de Mesa, cuyo desacertado emplazamiento en la plaza de las Doblas desató una protesta ciudadana que lo obligó a emigrar a su barrio de San Pedro. El casco histórico ofrece infinidad de lugares idóneos en los que la escultura de Barrón, realzada por un digno pedestal, pueda "dialogar" con un entorno arquitectónico más apropiado, entre otros, el Tempo Romano apuntado por Casaño, la plataforma superior de la plaza de Séneca o el impropiamente llamado "bulevar" del Gran Capitán, donde los niños puedan familiarizarse en sus juegos con tan célebre paisano.

* Periodista