Esta semana he tenido mi clase inaugural con estudiantes de primer curso de Biología. La noche de antes apenas pude dormir. Yo creo que me sigue ocurriendo lo mismo que a ellos: esa mezcla de emoción y desazón ante lo que viene. Para ellos es una etapa nueva, para mí es un grupo de gente joven siempre distinta pero con la misma edad; yo un año más viejo, ellos con unos eternos 18 años.

Me sigo viendo raro aquí arriba de la tarima enfrente de ellos, ahora más anónimos, al otro lado de sus mascarillas. Mi gran debilidad son mis neuronas espejo, que casi me obligan a confundir mi seguridad y mi tranquilidad con su emoción y su preocupación ante lo incierto del futuro. Siento esa angustia y ese miedo que rezuman, pero también la energía y la esperanza con las que me iluminan.

En cada promoción de aspirantes a biólogo hay siempre un porcentaje relativamente elevado, al menos un tercio del total, que habrían querido estudiar medicina, o bioquímica. Pero esas carreras tienen una nota de acceso bastante más alta, y no todos logran su opción preferida. Siempre les digo que no se preocupen demasiado. Algunos lucharán para mejorar su nota y poder cambiarse el curso próximo a Medicina. Otros se darán cuenta de lo infelices que habrían sido estudiando algo para lo que no tenían verdadera vocación, solo porque la de médico parece una profesión más prestigiosa, inconscientes de que verían sufrir a muchas personas y que algunas morirían en sus brazos. Y descubrirán que, en realidad, lo suyo era la biología: observar la vida en todas sus innumerables formas, conocerla, aprender a utilizarla haciendo biotecnología con ella, o sencillamente saber cómo moverse con sus flujos, sus ritmos y sus ciclos. A los que no pudieron entrar en Bioquímica les digo que el punto de partida no es lo más importante, porque se puede llegar al mismo destino desde diferentes lugares; a fin de cuentas la bioquímica es una hija de la biología y de la química. Yo mismo soy químico, pasado por la bioquímica y la biología molecular. La ciencia es así de plástica y dinámica. Las preguntas sobre la naturaleza no entienden de fronteras, porque la naturaleza no tiene fronteras.

El comienzo de cualquier proyecto o aventura es todo una traca de emociones. Pero hacer una incursión desde una perspectiva científica en eso que hay ahí, aparentemente ahí afuera, eso que llamamos naturaleza, mundo, cosmos o como queramos llamarlo, tiene un plus de emoción que puede llegar al estremecimiento cuando uno se descubre absolutamente desnudo, bendito pobre en espíritu, ante lo absolutamente desconocido e innombrable. Estudiar para ser un científico es la mayor de las aventuras. Y la más larga, pues no se termina en una vida. Como nunca se termina el camino para ser músico, pintor o poeta. Lo fascinante de la biología, de la ciencia, a diferencia de las fascinaciones de las otras artes del conocimiento, es que la biología y la ciencia ofrecen predicciones sobre la vida y el mundo. Unas predicciones que pueden comunicarse, compartirse, y ser útiles y ayudarnos a planear y construir nuestra vida futura y movernos suavemente con sus ritmos o su caos.

Siempre he creído que el saber es algo muy personal. Cuando estudiaba el BUP recuerdo haber discutido con mis profesores que el Ministerio no se debería llamar de Educación sino que tendría que dar un giro de 180 grados para llamarse Ministerio de Aprendizaje. El saber debe tener el empuje de la intuición y las ganas de aprender, y no verse arrastrado por la educación con todas sus reglas y su inconsistente ortodoxia. Educar es lo peor que se puede hacer con un aspirante a científico, o con un aspirante a persona, me da igual. Por eso, lo último que les he dicho a mis alumnos en la primera clase es que busquen, que lean, que piensen y que experimenten. En la ciencia, como en la vida misma, debería ser suficiente con sembrar.