La Semana Santa vuelve año tras año tal como la conocemos ahora: con sus pasos en las calles; sus liturgias en los templos y con ese músculo que todos llevamos dentro y que se entrena en el gimnasio de los sentimientos: el corazón. Hemos contemplando con perplejidad y preocupación cómo algunos modistos de la política, esos que enjaretan ideologías con reminiscencias de un pasado nihilista, sobre todo en cuanto a las creencias o sentimientos religiosos se refiere, han intentado sublimar el voto como una actitud. Es decir, si uno con su voto se alinea a una opción política queda totalmente integrado no sólo de una manera teórica, sino práctica en esa ideología o filosofía. Nada más peligrosamente ingenuo que esta interpretación de la realidad. Ciertos sentimientos trascienden a la política. Es más, ni siquiera la necesitan. La fe campea por otros pagos. La fe no sólo es un don personal, sino que en muchos casos es transferible pues representa a aquellos que amamos. Por tanto, ciertos modistos de la política, aunque corten los patrones con las tijeras de la democracia, jamás podrán hacerles un traje a los sentimientos ya sean de fe o de amor a aquellos que nos dejaron en herencia su corazón de Semana Santa. Las tradiciones en libertad no son amaneramientos, no son imposiciones, ni siquiera son modas; son sencillamente voluntades desnudas de estrategias. Por eso nunca sucumben a las estrategias que de alguna manera las quieren desvirtuar. Esta circunstancia sigue quedando claro año tras año en Semana Santa. O mejor, día tras día, pues en las hermandades y cofradías, en los templos y en los corazones de muchos, esa llama permanece encendida en el pebetero de los sentimientos y de la fe todos los días del año. Esto también va por aquellos reduccionistas o simplistas que creen y pretenden hacer creer que la Semana Santa es sólo el folclore de unos días. Seamos tan realistas como nuestro corazón.

* Mediador y coach