La Semana Santa es la Borriquita, el Domingo de Ramos --la primera puesta en escena de la clase social, según se lleve palma o ramo de olivo--, el lavatorio de los pies, el Santo Entierro, el Domingo de Resurrección, los Judas, las vacaciones y los turistas. Esta fiesta pertenece de pleno derecho a todos los españoles de una cierta edad, sean ateos, agnósticos o mahometanos, porque el régimen del nacional catolicismo --hegemonía de la Iglesia católica en todos los aspectos de la vida pública y privada española entre 1939 y 1975-- los moldeó y educó en esa creencia y los hizo herederos legítimos tanto de su parte religiosa como de la más vistosa, atractiva, lúdica y estética. Piensen como piensen ahora. Quizá por eso los nazarenos se tapen con el capirote, para que la escenificación del cristianismo no se devalúe en personalismos y se resalte a Cristo y la Virgen, los protagonistas de esta semana tan universal que vale para llenar hoteles, contratar camareros en bares y restaurantes --pura doctrina cristiana: dar trabajo a quien lo necesita-- estrenar mar.

Una semana de tanta globalidad que junto a Cristo, la Virgen, los nazarenos, las bandas de música y los cirios se concentran tantos turistas que este tiempo se nos convierte en la esencia de la historia y de la vida: que cada cual la toma a su manera en un intento de ser feliz, unos con el sacrificio que consigue indulgencias para llegar al cielo y otros con una lucidez generosa y descreída, que no espera sino lo que acontece en la tierra.

Un tiempo tan entrañable que la mujer que estaba en la farmacia pensó en alta voz que la Mezquita ya no era Patrimonio de la Humanidad sino de los que pagan un palco en la carrera oficial porque la Semana Santa se la han llevado a esa zona donde habita la divinidad y han construido estrecheces. Y rezó de manera laica para que la cera de los cirios concentrados en la belleza no manchara el suelo de la Mezquita ni esa zona de observación de la eternidad que va desde la Calahorra hasta la Puerta del Perdón, por la calle Cardenal Herrero. Esta semana es tan global que su propiedad se reparte entre turistas, empresarios, agnósticos y creyentes.