A partir de mañana, Domingo de Ramos, se inicia una semana muy especial. Semana Santa de calles sin un alma y balcones vacios con vestigios religiosos: el rostro dolorido del Nazareno y la Virgen más Dolorosa que nunca. En el interior de las casas muchas personas, muchos cofrades, recordaran con videos en sus móviles la Semana Santa de otros años. Alguna que otra lagrima empañara esta semana virtual que no real. Alguien escudriñará las imágenes de su teléfono para consolarse un poco: suspensiones por la lluvia con las lágrimas de aquellos costaleros. Mi rememoración será distinta. Volveré a la lectura de nuestro Luís de Góngora en su poema Cristo en la cruz: «Pender de un leño, traspasado el pecho/ y de espinas clavadas ambas sienes». Rebobinaré la memoria del disco blando de mi cerebro y oiré allá a lo lejos, en una esquina que antes fue mora y hoy cristiana, el lamento de una saeta. Oiré, también, la XII Exaltación del Judío de Baena que pronunció José Nicolás Fernández. «¡Ni Baena sin judío. Ni judío sin Baena!». Y sin tambores, aunque mi subconsciente sí los oirá durante la Semana Santa de este año, más que nunca de dolor y penitencia. Y oiré en mi memoria auditiva el antiquísimo Coro de Jesús Nazareno y de la Virgen de los Dolores, de Montoro. Son cánticos a capella, sin más instrumentos que las gargantas de unos cuarenta hombres. Miserere ancestral de musicalidad polifónica arcaica. Música con aires gregorianos. Y me imaginaré las rogativas en épocas de sequía para trasladarlas a esta Semana Santa. Rogativas para que cese la epidemia.

* Periodista