Solo hay una cosa en el mundo peor que un político español dando un discurso, y es un político español dando un discurso con ínfulas poéticas. Excepto nuestros gobernantes, todos sabemos que Dios no los ha llamado por el camino de la lírica. Parece que el aprobado general ya existía en sus clases de retórica. Decía Aristóteles que el dominio de la metáfora es la marca del genio, pero aquí por más que frotamos la lámpara únicamente sale brillo.

En el pasado, los tiempos convulsos inspiraron históricas alocuciones que engrandecieron a sus oradores, mas ahora las musas hispánicas están de ERTE. Uno no aspira a que nuestros ministros alcancen la belleza alegórica de García Lorca («cuando se abre en la mañana/roja como sangre está/el rocío no la toca/porque se teme quemar») o el ingenio de Gómez de la Serna («La jirafa es un caballo alargado por la curiosidad»), pero sí se echa en falta en sus peroratas alguna frase digna de alcanzar el mármol. Llama la atención que quienes tan bien dominan el arte de ocultar la realidad se manejen de forma pésima con el lenguaje figurado. Esos brotes verdes que pronto pudrió la precedente crisis económica, o una hibernación de la economía que amenaza con ser algo más que un mal sueño del que algunos no despertarán, son las aportaciones de las últimas ministras de Hacienda que han llevado a España al borde del abismo. Por aquello de haber cursado la carrera de Filosofía y Letras, a Salvador Illa le nombraron ministro de Sanidad, aunque sus estudios tampoco han mejorado la oratoria, pues sigue perdido entre etapas, picos, curvas y desescaladas, que más parece estar hablando de una subida a los lagos de Covadonga que de cómo atajar la pandemia. El vicepresidente Iglesias, mientras juguetea con la prole en su jardín acordándose de los confinados, tuitea loas a la República aludiendo al uniforme militar del Jefe del Estado. Dicen que el Rey, viendo el cariz de los acontecimientos, ha empezado a tentarse la ropa, y anda buscando casa cerca del puerto de Cartagena. Los podemitas sueñan con verle hacer mutis por el foro, mientras sobre España cae el telón… de acero.

Quien sí se ha revelado como un maestro en el arte metafórico es el presidente del Gobierno, y en La Sexta hay quien lo compara con Pablo Neruda. Hubo un tiempo en que Pedro Sánchez soportó estoicamente acusaciones de plagio provenientes de periodistas de la caverna --formidable bostezo de la tierra, que diría Luís de Góngora-- que ahora guardan silencio al saberse que eran otros los que copiaban a Pedro. Así, hace dos semanas se pudo desenmascarar al impostor de Kennedy, que al dirigirse a los estadounidenses en 1961 dijo: «no preguntes lo que tu país puede hacer por ti, pregunta lo que tú puedes hacer por tu país», reproduciendo casi literalmente una frase pronunciada por Pedro Sánchez hace dos semanas. También Sir Winston Churchill bebió en las fuentes sanchistas, y durante la Segunda Guerra Mundial se valió del verbo de nuestro presidente («nunca nos rendiremos») para arengar a sus compatriotas. Hay quien sostiene que, asimismo, el gran político inglés usurpó a Pedro Sánchez la promesa de «sangre, sudor y lágrimas», aunque desde Moncloa no descartan que, a diferencia de Inglaterra, en España ese vaticinio no sea una metáfora.

A fin de justificar su gestión de la crisis, el presidente del Gobierno dijo el pasado jueves en el Congreso de los Diputados que «a toro pasado todos son Manolete». Frente a tan herética afirmación, solo puedo decir: «No tomarás el nombre de Dios en vano».

* Abogado