Conforme es harto sabido los orígenes y trayectoria de la Segunda República constituyen tema de controversia permanente entre los estudiosos de la España contemporánea. El corpus bibliográfico de su historiografía va camino ya de configurar un pequeño Himalaya... En el día de su conmemoración bien cabe correr el riesgo de ser engullido en el torrente inundatorio de la áspera polémica, hasta el momento, desde luego, no estéril, pero tampoco demasiado fecunda para avanzar en el conocimiento de las raíces de la España actual.

A tono con la cultura de un país en el que nunca los epistolarios tuvieron gran relieve en el uso y estima de su población, sus historiadores actuales no acostumbran a hacer gran empleo de cartas y misivas como fuente de capital importancia para reconstruir mentalidades e ideologías del pasado. Ello explica, por ejemplo, la escasa o nula referencia a la correspondencia intercambiada entre dos catedráticos universitarios de Literatura y ellos mismos eximios poetas como Pedro Salinas y Jorge Guillén y editada ha un quindecenio (P. Salinas y J. Guillën, Correspondencia (1923-1951). Ed. De A. Soria Olmedo, Barcelona, 1992). De lectura fruitiva e instructiva en un buen número de facetas críticas y humanas, lo es de manera sorprendente en la política de su tiempo. La sagacidad e intuición de P. Salinas alcanza alturas de asombro al comentar diversos avatares de la contemporaneidad nacional, mostrándose particularmente buida su cala en el análisis del cambio de régimen en abril de 1931, con unas reservas tal vez inesperadas en alguien tan próximo y comprometido con sus ideales. De ahí que no pueda leerse su opinión al respecto sin plena conciencia de hallarse frente a un testimonio de absoluto valor historiográfico, según todas las reglas de la materia. «Sigue pareciendo --dirá de la política en carta de 2-IV-1931- tal y como hoy se exige en España, una cosa inferior, propia de la gente de baja calidad espiritual (...) Yo no digo que la política no sea a veces sacrificio, abnegación. Pero en otras muchas es pereza, facilidad, abandono a lo más tópico y vulgar de todo (...). Siempre será más cómodo insultar a Alberti, pongo por caso, como hace Espina, que escribir veinte poemas. Por eso detrás de esa formidable farsa de la política como imperativo de hoy, veo un terrible rebajamiento espiritual, una invasión de plebeyismo, de ordinariez, de lugares comunes e ideas baratas (...) Estamos hoy en España en un estado espiritual de guerra civil. Y creo que pronto se llegará al estado real. Creo que la monarquía va hacia su fin al galope. Ya verás su insensata conducta, cada día más probatoria de ceguera suicida. Este Gobierno está ya gastado y desacreditado. El conflicto escolar se presenta como muy grave. La crisis de autoridad es absoluta. Preveo para antes de tres meses la República, traída, como desde el primer momento por la contumacia del monarquismo. Pero entonces cuándo la situación se hará más grave. Esa República no tiene viabilidad, ni por sus amigos ni por sus enemigos».

Palabras, se insistirá, dignas de leerse con reflexiva lentitud. Al fin y a la postre, los grandes vates poseen el exclusivo privilegio de taladrar las sombras del porvenir.

* Catedrático