En el 82 aniversario del martirio de la Beata Victoria Díez

En la exhortación apostólica Gaudete et exultate, el Papa Francisco habla de «los santos de la puerta de al lado», de aquellos que luchan con constancia para seguir adelante día a día, de aquellos que viven cerca de nosotros, codo con codo, y son un reflejo de la presencia de Dios.

Leyendo el documento no pude evitar la identificación de Victoria Díez, maestra laica católica, miembro de la Institución Teresiana, con este tipo de santidad.

Ella estuvo como una más entre sus vecinos, cercana a todos. Pero actuaba con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día.

Su santidad fue creciendo con los pequeños gestos, con los detalles, aprovechando las ocasiones diarias para realizar acciones ordinarias de modo extraordinario.

Vivía con alegría su entrega a la Institución Teresiana y estaba plenamente identificada con la misión de la misma: ser sal, ser luz en medio del mundo, buscar, desde el Evangelio, la promoción humana y la transformación social mediante la educación y la cultura.

La fuerza del testimonio de los santos está en observar las Bienaventuranzas. Con ellas Jesús explicó, con toda sencillez, lo que es ser santos: son el carnet de identidad del cristiano, ya que reflejan el rostro del Maestro que estamos llamados a trasparentar todos.

La vida de Victoria, sus gestos, sus acciones, nos ha facilitado ver en vivo la puesta en práctica del Sermón del Monte: compartía la comida con aquellas alumnas que sabía no andaban sobradas en casa; compraba telas para confeccionar vestidos para las más necesitadas, incluso alguna ropa suya servía para subsanar alguna urgencia, por turnos, acercaba las niñas al brasero, que cada día su madre llevaba al aula...

Luchó por mejorar las condiciones de la escuela local a fin de adecuar la arquitectura al servicio del proyecto educativo y nuevos métodos pedagógicos: clases y actividades al aire libre, contacto con la naturaleza, juegos didácticos, cantos, gimnasia rítmica, pintura, labores, excursiones al campo y a Córdoba y Sevilla.

Fue maestra con alma, de cuerpo entero más allá de las paredes de la clase, pues en contacto con porcentajes altos de analfabetismo lo mismo tenía que rellenar impresos que escribir cartas a novios o familiares, que ayudar a entender un artículo de un periódico llegado de la ciudad.

Organizó cursos nocturnos para las mujeres trabajadoras, una biblioteca para las antiguas alumnas; combatió el absentismo escolar, participó activamente en la catequesis parroquial e impulsó la Acción Católica.

Victoria conocía individualmente a cada una de sus alumnas y era muy querida por ellas. Preparó a algunas para entrar en la Escuela de Magisterio; a otras proporcionó becas para estudiar en Córdoba. Conocía también a sus familias a las que escuchaba y ayudaba cuanto estaba en sus manos; sus preferencias eran siempre hacia las más pobres o con más dificultades, los faltos de cariño.

Las raíces de su acción se hunden en su fe cristiana: «Resolví no mirarme a mí misma sino a Jesucristo. Sabe Él muy bien que con risa o con llanto lo llevo dentro del corazón y en primera fila».

Hoy, aniversario de su muerte, nos hace a todos una llamada a la santidad, a vivir como ella con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra, sin ignorar la injusticia de este mundo y sembrando la paz a nuestro alrededor; cuidando los unos de los otros, con alegría y sentido del humor.

Desde estas páginas, invitamos a la Eucaristía, en acción de gracias, que tendrá lugar esta tarde a las 20,00 horas en la sede de la Institución Teresiana en Córdoba (Plaza de la Concha nº 1. Teléfono 957 49 67 70) y que será presidida por D. José Antonio Rabaneda, monje del Monasterio Cisterciense de Santa María de las Escalonias de Hornachuelos. ¡Os esperamos!

* Institución Teresiana de Córdoba