En el día 14 de febrero se han concentrado la celebración del inicio de la Cuaresma, miércoles de ceniza, y San Valentín, día de los enamorados, acompañados por el carnaval, por lo que habrá que optar por una o por las tres al mismo tiempo. Procuraré concentrar las tres y saber qué significan. Tiempo atrás había gente que celebraba, a su manera, ambas cosas: el Carnaval y la Cuaresma. En carnaval: máscaras, narices y bocas postizas. En cuaresma: compostura, devociones y cara mustia, pero quizá igual de postizas. Hasta resultaba difícil saber cuándo habían logrado disfrazarse mejor... Ciertas personas vivían días siendo, al cien por ciento, lo que de verdad eran. Y luego, durante cuarenta días, se dedicaban a fingir lo que en realidad no eran. Durante el carnaval, actuaban con un poco o bastante desenfreno ocultándose tras una máscara. En Cuaresma daban la impresión de penitencia y religiosidad sinceras al andar cabizbajos en «ayunas», o sacar de vez en cuando el rosario. Hoy día, la cosa ha cambiado ligeramente. Da la impresión de que ahora algunas personas viven en un carnaval más o menos continuo. Carnaval en Adviento, en Navidad, en tiempo ordinario, en Semana Santa, en Pascua y, por supuesto, también en Cuaresma. Lo que antes algunos y algunas se permitían sólo en los días de carnaval, hoy otros y otras lo consideran como habitual. Sin olvidar que otros muchos vivían la Cuaresma en su verdadero sentido. Y honrando a San Valentín, como Frei Betto, teólogo de la Liberación, deseo para los enamorados otra perspectiva sintética que diría así: en este carnaval me disfrazaré de mí mismo. Me despojaré de todos los adornos que me enmascaran: la postura arrogante, la mirada altiva, la función que me hace sentir importante, la ropa que me engalana la personalidad. Lejos de la música ruidosa, buscaré un bar para emborracharme de utopías. Me sacaré del corazón todas las piedras internas: la ira y el odio, la amargura y los celos, la envidia y la indiferencia. Cantaré la samba de las bienaventuranzas para quienes padecen de desesperanza. En este carnaval, embriagado por el vino de Caná, participaré en el desfile de las escuelas de sabiduría mística. Corearé los clamores de justicia proferidos por María. Subiré hasta Asís para saludar a aquel que se atrevió a quitarse todos los disfraces, y cruzaré las murallas de Ávila a visitar a la que enseñó en las vías de la hondura. Quiero mucho júbilo en este carnaval. Fiesta de la sonrisa del alma y del compartir. Cuando calle el sonido, desembarazado del disfraz de mí mismo, visitaré a Aquel que hizo estrellas y galaxias para señalar el desfile evolutivo de la madre naturaleza. Entonces la vida irrumpirá en la avenida con todo su esplendor, y la multitud verá que no es una mera alegoría. Será la plenitud del amor. Felicidades.

* Licenciado en CC. Religiosas