El pasado 30 de septiembre tuvo lugar en el convento de Santa Marta, de Córdoba, la clausura del XVI Centenario de la muerte de san Jerónimo, fundador de la Orden Jerónima. Presidió la misa concelebrada el vicario episcopal de religiosas, Alberto González Chaves, quien dirigió tambien las solemnes vísperas, a la caída de la tarde, con la comunidad de religiosas jerónimas, en este monasterio de nuestra ciudad, fundado en 1461 bajo la protección de los condes de Cabra y de la familia de Cárdenas, que en nuestros días sigue destinado a la función para la que se creó y con la misma orden monástica original, lo que le confiere el privilegio de ser el convento más antiguo existente en la ciudad de Córdoba. A su compás se accede por un bello arco angrelado, decorado ricamente por ambos lados. En ese compás se encuentra el clásico torno de los conventos de clausura, ya en desuso. La iglesia es un verdadero museo, destacando su puerta de acceso desde el compás, realizada en tiempos de los Reyes Católicos, a principios del siglo XVI, por Hernán Ruiz I, en el llamado estilo gótico humanista. En el interior destaca el retablo de madera dorada, en el altar mayor, obra del escultor cordobeses Andrés de Ocampo, y del pintor Baltasar del Águila, realizado en 1582. A los pies del templo, un amplio enrejado preserva la clausura, donde las monjas jerónimas participan diariamente en la Eucaristía y celebran el Oficio de Horas. En el centro del altar mayor, podemos contemplar una imagen de san Jerónimo, procedente del suprimido convento de san Jerónimo de Valparaíso, que se encontraba en la sierra cordobesa. Hablar de san Jerónimo es recordar su gran obra: la traducción de la Biblia al latín, en una versión, la «Vulgata», hecha para el pueblo, que se difundió por toda la Iglesia y que estuvo vigente durante más de mil años en la oración pública y privada y en la liturgia. Y recordar a san Jerónimo es evocar su ascetismo, pues pasó sus últimos años de vida recluido en una gruta, junto a la cueva de Belén. Nos queda una preciosa anécdota de su vida: Una noche de Navidad, le pareció que Jesús le decía: «Jerónimo, ¿qué me vas a regalar por mi cumpleaños?», a lo que el santo le respondió que la entrega de su vida, sus ayunos y penitencias, su pobreza, su traducción de las Escrituras. «¿Y nada más?», le dijo Jesús. Ante la turbación de Jerónimo, el Señor añadió: «Dame tus pecados para perdonártelos». Al final de este XVI centenario de su muerte, le sugería a las religiosas jerónimas, como capellán del monasterio, que pidiésemos a su fundador que nos dejara tres hermosos regalos: primero, su luz para que podamos descubrir los nuevos caminos de las espiritualidad en la vida contemplativa; segundo, su creatividad, para que pensemos y reflexionemos como suscitar vocaciones a la vida religiosa, con qué métodos y con qué nuevas ofertas; tercero, su corazón, para que formemos comunidades rebosantes de amor, alegres, fervorosas, centinelas en la noche del mundo con la oración, el sacrificio y el testimonio. Serán tres hermosos frutos de este XVI centenario, que se ha visto mermado en actos y celebraciones a causa de la terrible pandemia que sufrimos. El convento de Santa María continúa siendo para Córdoba, «un oásis de espiritualidad», un «pararrayos de Dios», «un lugar abierto a la contemplación, de la mano de san Jerónimo».

* Sacerdote y periodista