Los medios han dedicado menor atención a los supuestos excesos de Plácido Domingo que a los presuntos abusos sexuales de Harvey Weinstein, un ilustre desconocido en España por muchos Oscar que lo adornen. Buena parte de los titulares del día en que se difundieron las acusaciones contra el tenor se concentraban en su respuesta a las mujeres denunciantes, sin haber informado previamente de los hechos. Defensoras como Paloma San Basilio o Ainhoa Arteta han gozado de un eco superlativo. Los apóstoles de la aberración de que no se puede dudar de la versión de las víctimas las han aplastado en esta ocasión. No se asiste a una oleada de machismo, sino de patriotismo. El #MeToo se ve de otra manera cuando es #míytú.

El documento más incriminatorio contra Plácido Domingo es su ridículo comunicado, en respuesta a la información de Associated Press. Refugiarse en un cambio de «reglas y baremos» es pueril ante la magnitud del seísmo. Era más sencillo consignar que toda persona que ha besado a otra, ha intentado besarla. El cantante debió aprender de Jo Biden, un veterano acusado de comportamiento impropio. El vicepresidente de Obama reconoció que no era adecuado sentar a una votante en las rodillas o besarle la nuca, y de momento ha sobrevivido al frente de la lista de demócratas aspirantes a la Casa Blanca. La respuesta del tenor se asemeja a la reacción de Morgan Freeman. Ha querido ejercer su poder mítico, que en España le ha funcionado. El mundo no puede prescindir de la voz de Dios en la pantalla ni de la voz divina en el escenario.

Políticos y bohemios tienen mucho que aprender del único colectivo profesional que puede drogarse, estafar al ciudadano a través de Hacienda o incurrir en abusos sexuales sin responsabilidad alguna. Son los futbolistas de élite, que consideran obligatorio militar en al menos una de las categorías citadas. Por ahora, Domingo también ha capeado el temporal en España, ¿tenemos derecho a lamentar que Kevin Spacey no haya corrido la misma suerte?

* Periodista