Pablo Iglesias ha salvado los muebles. No estaba claro que lo pudiese lograr, pero lo ha conseguido, y se ha hecho con su objetivo, ser decisivo para formar una mayoría con el PSOE, lo cual camufla parcialmente su descenso electoral. De aquí que la pérdida de más de un millón de votos respecto a las últimas elecciones del 2016 no ha sabido a debacle, ya que algunos sondeos apuntaban incluso a un resultado peor. El miedo a la derecha, las cloacas del Estado y la retórica del líder de Podemos en los debates televisivos han permitido evitar el escenario más adverso.

Y es que el discurso y el talante del Podemos de ahora poco tiene que ver con ese que irrumpió sin previo aviso en las elecciones europeas del 2014, el que protagonizó la remontada en las generales del 2015 o el que amenazaba con comerse al PSOE en las del 2016. De erigirse como alternativa a los socialistas, la formación ha pasado a moderar su discurso, abandonar su crítica inicial a los partidos de la «casta», hasta convertirse en sostén del PSOE y garantía de izquierdas de sus Presupuestos.

La ilusión por el cambio que llevó a la formación de Iglesias de la nada a los 42 diputados en las elecciones del 2015, sin sumar a los representantes de En Comú Podem, Compromís y En Marea, con los que llegaron a los 69 escaños, se ha quedado en el camino. La división interna, la pugna de liderazgos, la desconexión con las bases, la adaptación al poder y a las formas convencionales de hacer política, así como su renuncia a erigirse como alternativa al PSOE explican el mal resultado actual.

Aun así el miedo a la entrada de Vox en el Congreso y al tripartito de derechas ha permitido movilizar parte de su electorado, a pesar de la presión por el voto útil y la sangría final hacia el PSOE. El escándalo de las cloacas del Estado puede haber servido también de revulsivo para la formación. Sea como sea, el resultado permite a Iglesias mantener su liderazgo al frente del partido, muy cuestionado y deteriorado en los últimos tiempos.

* Periodista