Hoy, fiesta del Bautismo de Jesús, se cierra el ciclo litúrgico de la Navidad. Y, por eso, surge espontánea la pregunta: «¿Qué ha dejado en nosotros la pasada Navidad?». Cada uno, desde la orilla de la fe o desde el umbral del año nuevo que acabamos de estrenar, puede ofrecer su respuesta. Está claro que con una mirada trascendente y religiosa, descubrimos los tres «preciosos regalos» que nos deja la Navidad. Primero, un Salvador; segundo, un camino; tercero, una Estrella. Primero, tal y como anunciaron los ángeles a los pastores, nos deja un Salvador, el Mesías, el Señor. Ese Niño en el pesebre de Belén, Hijo de Dios hecho hombre, tiene como misión primordial «la salvación de la humanidad», rota y fracasada por el pecado original. Nuestro Dios no es enemigo ni rival del cuerpo o de la materia. A su través nos viene mansamente la gracia salvadora y bondadosa de Dios. Por eso, celebrar una vez más la Navidad, ha sido como sentir que Alguien llama a nuestra puerta con esa buena noticia sorprendente de que la débil carne humana es cauce de la presencia de Dios. El poeta nos lo dirá con delicados versos intensamente teológicos: «La Palabra se ha hecho carne y nuestra débil carne humana / se ha hecho palabra y sacramento / del amor y la bondad de Dios». Desde el Nacimiento navideño, podemos decir, humilde pero plenamente, que Dios está en la carne trémula e inocente del niño que se abre a la vida; Dios está en el amor total y fiel del hombre y de la mujer que se hacen una sola carne; Dios está en la carne marchita y arrugada del anciano; Dios está en el cuerpo dolorido del hermano que sufre y se desmorona. La Navidad nos deja un Salvador, Alguien que tiene poder para rescatarnos del mal y adentrarnos en la verdadera felicidad. En segundo lugar, la Navidad nos deja un camino a recorrer, que se inicia con el bautismo. Cristo es el camino y nosotros los caminantes. Vivimos en el mundo y en la Iglesia tiempos turbulentos. Las preocupaciones e inquietudes son legítimas y no se solucionan con frases piadosas aunque sean verdaderas. «Hay que rezar mucho», «hay que tener confianza», «Dios nunca nos abandona». Sí, eso es así, pero también es legítima la preocupación del momento. Nuestra fe se encarna en la historia y en la vida concreta y no se solucionan los problemas huyendo de ellos, hay que saber vivirlos para superarlos. Y en tercer lugar, la Navidad nos ha dejado una estrella en el firmamento de nuestros sueños e ideales. La que guió a los Magos de Oriente, la que se convierte en «signo de los tiempos», la que nos orienta para recorrer el camino. Los Magos son símbolo del hombre que busca, como buscamos nosotros, porque nos negamos a que nuestra existencia se reduzca a la continua rutina del día a día, porque experimentamos que los regalos materiales no son capaces de llenar el gran vacío del corazón del hombre y de la mujer. En las encrucijadas más difíciles, encontraremos siempre una estrella que nos conduce al portal de Belén, o un mensajero que nos acompañará en nuestro camino. Ojalá las Navidades que hoy finalizan en la liturgia eclesial, nos hayan dejado para todos nosotros, un Salvador, un camino y una estrella. No es tan difícil caminar así. Como decía Gabriela Mistral: «No caigas en el error de que solo se hacen méritos con los grandes trabajos».

* Sacerdote y periodista