Había pensado escribir sobre el silencio y la melancolía virginal que habita el aire a primeros de noviembre, el Día de los Santos y todos los difuntos. Estas fechas invitan, de entrada, a meditar y a reflexionar sobre qué somos, a qué sitio vamos y de qué lugar venimos. En noviembre el alma se inunda de nostalgias, de recuerdos e imágenes de rostros que hoy no están y, antes, fueron parte esencial de nuestras vidas. Hay dentro de mí muertos que aún siguen caminando y respiran y me hablan más que muchos vivos. Por eso quería escribir sobre el silencio y la melancolía de noviembre; sin embargo, hay asuntos de actualidad más áridos que nada tienen que ver con la poesía, ni con la delicadeza del otoño oxidando la luz vespertina de los parques y las lentas avenidas de la ciudad que habito.

En estos días terribles de pandemia, cuando se desmorona nuestro ánimo como un caserón olvidado en la maleza, la vida si es triste, amarga y penumbrosa, aún más se oscurece si te ves desprotegido por aquellos que están por encima de tus ojos y, a nivel regional, rigen tu destino y el de los demás sin que le importemos mucho, lo cual me produce un horrible desconsuelo. Podría referirme a temas muy distintos, como el de la educación (tan maltratada y abandonada en estos días amargos) pero hoy quiero centrarme en el de la Sanidad. Llevo tiempo intentando hablar con Salud Responde, deseando pedir una cita que no llega: marcas un número y escuchas una voz plúmbica, con acento marciano, que te invita a marcar más, y, un segundo después, la misma voz, ocre y monótona, te dice que esperes, que quizá te atienda otra para pedirte los datos y un teléfono donde, semanas más tarde, habrá un mensaje. Eso es lo que esperas oír, lo del mensaje: pero nadie responde a otro lado de la línea. Y cierras el móvil furioso, malherido, como un jabalí que huye de un disparo y atraviesa bramando la oscuridad del bosque para adentrarse al instante en la espesura. Intentas calmarte, esperas unos segundos, y vuelves a marcar, aún más enervado, con los nervios al límite, confiando en que esta vez surgirá el ansiado milagro y una voz pedirá tu teléfono anunciándote, ahora sí, que alguien te dejará un SMS fijándote el día en que será la cita.

Entre tanto pueden pasar varias semanas. Tú esperas impaciente un mensaje, una llamada, pero Salud no Responde en mucho tiempo. Y, cuando lo hace, te habías olvidado de que, antaño, varias décadas antes, habías intentado conseguir, con muy poca suerte, una cita con el médico o con la consulta normal de enfermería. Y la culpa de esto, de esta insólita tardanza, no la tienen, lógicamente, ningún médico, ningún enfermero, ningún celador o administrativo (aprovecho para mostrarles mi respeto y mi gratitud más cálida y profunda por la enorme labor que están desarrollando), sino que los responsables del naufragio a nivel sanitario, como en lo educativo, son quienes dirigen el destino de esta tierra de una manera torpe y errabunda. Los médicos y auxiliares de enfermería, igual que los profesores y los maestros, se ven humillados y abandonados sin remedio por quienes más deberían mirar por ellos y valorar lo que hacen día tras día. Yo habría tirado, en su caso, la toalla y me habría retirado. La situación es muy dura. Enfermeros y médicos, maestros y profesores, a diario se juegan su salud con dignidad, sin sentir a su lado el apoyo merecido. Los de arriba pregonan en medios de comunicación que en las aulas humildes de cualquier colegio público no debería haber más de veinte alumnos, aunque, en la realidad, haya casi treinta. Y más grave es aún el asunto de los médicos que ven cómo crece el número de enfermos, de pacientes gravísimos, en consultas y hospitales, sin poderlos atender por escasez de personal. Los de arriba prometen, a diario, contratar médicos, enfermeros, auxiliares de clínica, rastreadores, para hacer más viable la situación pandémica; pero, al final, nada ocurre en este aspecto. Y es que Salud no Responde. Nadie entiende que cualquier andaluz para consultar al médico se vea obligado a marcar un número fijo colapsado a diario por miles de llamadas. Mientras tanto en todos los centros de Salud los teléfonos duermen el sueño de los justos, se cubren de polvo, ya que se utilizan poco, muchísimo menos de lo que se usaban antes. Y uno no entiende este amargo sinsentido. La Sanidad desfallece al sur de España. Quizá a los que rigen las riendas de esta tierra les vaya más lo privado que lo público. Quizá en pocos años estemos a la altura de los yanquis y, para curar un problema de salud, tengamos que ir a un médico de pago. El neoliberalismo suyo aspira a eso, a convertir lo público en privado para abrir una grieta mayor, casi infinita, entre los pobres paupérrimos y los ricos. Por eso Salud no Responde, y, si lo hace, es para darte el mensaje de una cita con un retraso de décadas o de siglos.

* Escritor