Entre el run-run de la política, Portugal en llamas, y el impertérrito conflicto catalán, de buena mañana llegó hace unos días la mala noticia de la destrucción de la mezquita de Mosul en Irak, con más de ocho siglos de historia, por acción y obcecación del autodenominado Estado Islámico. No es la primera vez que la sinrazón y el fanatismo yihadista dinamita en segundos un trozo importante del patrimonio de la humanidad. La mezquita de Al Nuri era el mayor símbolo de la ciudad de Mosul, y era conocida en Irak y en los países vecinos por la rareza de su minarete inclinado de 45 metros y mil años levantado, al que unos llamaban «el jorobado» y otros «la torre Pisa árabe». También este templo, hoy por los suelos, se hizo viral cuando el iluminado imán Abu Bakr al Badgadi proclamó en 2014 su califato, extendido de Siria a Irak. Mientras oigo la narración de este desastre, en esos días y en otro contexto, con su cuerpo inmovilizado pero la mente viajando hacia Marte, oigo decir al científico Stephen Hawking: «Tendremos que salir de la tierra si queremos sobrevivir o no tendremos futuro». Me llama la atención que ahora no es la curiosidad de conocer otros mundos y descubrir otras vidas lo que impele al cosmólogo británico a forzar la salida del planeta, «emigrar para sobrevivir» (como han tenido que hacer nuestros jóvenes graduados), y en este sentido puede que los primeros terrícolas que vayan a llegar a Marte ya hayan nacido y estén en la escuela o la universidad. Porque hasta ahora era otro el planteamiento, la curiosidad científica de comprobar si existe o no otra vida en algún otro planeta y si tienen cuatro ojos o seis brazos. A este imperioso deseo de explorar y colonizar el universo, el nobel José Saramago, siempre lúcido, siempre respondía planteando el contrasentido de descubrir otras vidas en otros lugares virtuales cuando desatendemos a diario la vida de millones de personas que mueren de hambre y sed en el mundo real. La semana dio más de sí, y otras realidades tras el derrumbe de la mezquita nos fueron sacudiendo. Por ejemplo, la amenazante inversión en la pirámide demográfica española: por segundo año consecutivo se han producido en España más muertes que nacimientos y el informe de Cáritas confirmando lo que presuponíamos tras la crisis, que los pobres son cada vez más pobres y a mayor distancia de los ricos, que crecen exponencialmente a la mancha de la pobreza. Al fin, puede que no le falte razón a Hawking en su idea de salir de la Tierra, más no por la obligación de colonizar nuevos espacios ante la urgente necesidad de recursos para tantas bocas abiertas, si no por huir de la condición humana y su irrefrenable poder de autodestrucción.

* Periodista