La palabra crisis aparece como una constante histórica, se halla en los textos, así como en diferentes etapas, países y variedades: crisis demográficas por epidemias, también fueron importantes las denominadas crisis de subsistencias, generadoras de conflictos sociales, o crisis económicas, que dieron lugar a análisis de la propia evolución histórica, y crisis políticas, sin olvidar que a veces las diferentes manifestaciones de la crisis aparecen concatenadas, unas como consecuencia de las otras. Hemos analizado el origen, las causas y, sobre todo, la comprensión de cómo se consiguió salir de ellas. Sirva a título de ejemplo la crisis del siglo pasado en 1929, asociada, para el caso de Estados unidos, con el New Deal de Rooosevelt, mientras que para el caso de Alemania está vinculada al ascenso de los nazis al poder, con las graves consecuencias que ello trajo para toda Europa.

En la Presentación del volumen colectivo Las crisis en la Historia (1995) escribía Manuel Redero que a lo largo de la historia el concepto de crisis «implica un proceso de destrucción y construcción en el que a la seguridad de lo viejo se opone la incertidumbre de lo desconocido». En la crisis actual, que ha comenzado por lo sanitario, pero que sin duda tendrá su repercusión en el ámbito de la economía y en el de la política, llegará un momento en el que analizaremos lo que ha pasado y cuantificaremos lo perdido, pero al mismo tiempo tendremos la obligación de construir, de proponer. Siempre les decía a mis alumnos (añoro mis clases con frecuencia) que la labor de destrucción es fácil, que la dificultad reside en construir, y en especial en sustentar las propuestas sobre acuerdos colectivos. Les ponía un ejemplo: si cuantos estamos aquí (o al menos la mayoría) coincidimos en que no nos gusta el aula que compartimos y alguien propone destruirla, será fácil llegar a un acuerdo para ello; pero a la hora de construir una nueva vendrá lo difícil, debemos ponernos de acuerdo en relación con el tipo de ventanas, el color de las paredes, el mobiliario... En ese momento es cuando habría que tener en cuenta el interés general, colectivo.

Ante la crisis actual encontramos ejemplos de grandeza, de actitudes profesionales por parte de diversos sectores de la sociedad, desde los sanitarios, en primera línea, hasta transportistas, servicios de limpieza, fuerzas de seguridad o empleados de los supermercados. Otros se mueven por intereses bien distintos, y como nos decía el pasado domingo Emilio Lledó en una entrevista, «el ciudadano debe ser capaz de plantearse las preguntas propias de una mente libre: quién nos dice la verdad, quién nos engaña, quién quiere manipularnos». Entre todas las cosas que se han dicho estos días, y partiendo de la base de que sin duda se han cometido algunos errores, no entiendo el afán casi generalizado por criminalizar en especial las manifestaciones del 8 de marzo, y de camino se ha pasado a atacar a Fernando Simón por afirmar que si su hijo le preguntaba si podía ir a la manifestación, él le aconsejaría actuar según su conciencia, en el sentido de su compromiso con lo que ese día representaba. Todavía me proporciona tranquilidad escuchar a Simón en sus explicaciones -que ahora cesarán por un tiempo, debido a su diagnóstico positivo en coronavirus-, y aún no he visto que los críticos del 8M aporten algún dato sobre la influencia de la manifestación en la expansión de la epidemia. En cuanto a las formas y las declaraciones de la derecha, tanto la del PP como la ultra, no me sorprenden, porque su patriotismo no va más allá de ondear la bandera y carecen de sentido de la lealtad. Lo importante es cuál será nuestra actitud como ciudadanos cuando esto pase, comparto lo que dijo Lledó: «Deseo de verdad que esto nos sirva para algo como sociedad. Que propicie un nuevo encuentro con los otros en la polis, en la vida en común».

* Historiador