La no ficción vivió unos años de elegante dominación (en ventas, entiéndase) de Malcolm Gladwell. Alumbró Blink y Outliers en 2005 y 2007, que proponían algunas ideas hoy archicitadas y patrimonio común del emprendimiento (¿oyen la alarma?). Una es la muy famosa de las diez mil horas: el tiempo necesario para adquirir una competencia (el método científico detrás de la cifra fue que al preguntar a gente exitosa en su campo si habrían dedicado diez mil horas a lo suyo, dijeron que tal vez). La otra es la de la inteligencia intuitiva. Gladwell defendía que la capacidad humana de elegir intuitiva y rápidamente era un rasgo evolutivo superior. El experto puede decidir instintivamente y acertar. Lo hace porque tiene conocimiento y experiencia. Digamos que la acumulación de ambas permite tomar atajos mentales, que no están disponibles para los inexpertos (que se hacen expertos, a su vez, con conocimiento y experiencia).

Debe haber algo de verdad en eso. ¿Dónde se apoya lo que sabemos pese a que no deberíamos saberlo? Algo antes que Gladwell, Niels Lauritsen trató de explicar el estilo hiperagresivo del ajedrecista Mikhail Tal, célebre por sus sangrientos sacrificios de piezas para generar ataque. Tal intuía que el sacrificio era una jugada correcta, y no calculaba íntegramente sus consecuencias. Pero su talento y su experiencia detectaban ciertas estructuras, ciertos patrones, y no necesitaba más. El ajedrez como ciencia o lógica ya no es humano, pero como arte, que va siendo el único modo de plantarle cara a una inteligencia artificial, admite enormes dosis de intuición.

Explica Lauritsen que Tal, natural de Letonia, había aprendido a jugar de niño con una regla corrupta que no permitía al caballo mover hacia atrás. Suelen encontrarse estas pequeñas reglas mutadas en ajedrez. En España está muy extendida la de poder mover dos peones al comenzar la partida, una casilla cada uno. La regla letona habría quedado grabada en la intuición de Mikhail Tal, y algunos de sus sacrificios se habrían debido a que, abstraído en el análisis, no recordaba que sus caballos podían retroceder. Ante la necesidad de moverlos, y tener que hacerlo hacia adelante, los sacrificaba.

Dos intuiciones, por tanto: una primaria que llevaba a sacrificar más a menudo, y una secundaria por haber aprendido a hacerlo.

Contaba Gladwell que el museo Getty de Los Ángeles quiso adquirir en 1983 un imponente kuros (una estatua griega del período arcaico). Científicos y abogados --ejem-- invirtieron incontables horas de trabajo en certificar la autenticidad. Y parecía innegablemente auténtico. Sin embargo, en cuanto la helenista Evelyn Harrison le echó un vistazo, supo que era falso. Por instinto.

Merece la pena rastrear en el origen de nuestras intuiciones. Al votar, por ejemplo. Es difícil que la experiencia acumulada no desnude las patrañas. Es fácil que decidir por intuición, sin conocimiento ni experiencia, dando por buenas reglas corruptas, resulte en sacrificios perdedores.

* Abogado