Mi tío querido, José Ocaña Mesa, era un hombre íntegro. Lo fue con su misión sacerdotal y lo fue con sus convicciones, hasta con el dolor que sufrió durante tantos años y ante al que siempre respondía cuando se le preguntaba con «estoy bien» o «mejor». Lo fue hasta en un carácter en ese tiempo forjado por ese dolor y sufrimiento de sus enfermedades y en su cambio en la visión de lo que verdaderamente es importante. Y en ello para siempre antepuso a Dios y su ministerio sacerdotal. Tanto era así que fue la incapacidad física la que lo llevó a un abandono forzoso de su trabajo como párroco de la iglesia del Carmen de Lucena. Fundador en esta ciudad de Cáritas y fiel amigo y cercano a los que más lo necesitaban, ejerció durante décadas en esta ciudad a la que agradeció con su entrega absoluta el aprecio que por tantos recibió durante este tiempo.

El pasado 26 de enero, de forma súbita e inesperada en el tiempo, se durmió para siempre legándonos muchas lecciones de amor y de conciencia que a muchos quizá les cueste comprender. En ese tránsito durante estos últimos meses estuvo viviendo en la Casa Sacerdotal de Córdoba, al inmejorable cuidado de las hermanas y el personal que tanta entrega dan por los que todo lo dieron y lo siguen dando en una comunión de afecto y ternura. Y en todo este triste y acelerado tránsito su familia no tiene más que palabras de agradecimiento eterno, como la vida a la que ha pasado a disfrutar mi tío, hacia el obispo de Córdoba, Demetrio Fernández González, por su enorme afecto y cariño hacia mi tío y mi familia, así como a toda la comunidad religiosa de Córdoba, desde compañeros sacerdotes a religiosos y religiosas de distintas órdenes que tan pendientes estuvieron de él hasta el último momento, el del despido final en la eucaristía celebrada en la Santa Catedral de Córdoba el último domingo de enero. Igualmente no tenemos palabras, ni existen emociones expresadas posibles para describir el trato recibido por las religiosas Hermanas de la Congregación de Marta y María y esas personas que trabajan en la vocación del cuidado en esa residencia y que elevan al término de familiar el trato y afecto que dan a cualquier persona que hasta ellas se acerca. Y cómo no nombrar el enorme afecto de los fieles de la parroquia de Lucena, su comunidad, sus cofradías... Mi tío durmió para siempre rodeado del amor que le llevó a su entrega agradecido en el amor de aquellos que supieron amarlo como él supo amar, su familia biológica, su familia religiosa y los fieles de su parroquia. «Si el grano de trigo no muere no puede dar fruto» (San Juan, 12).

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José María García Ocaña</b>

Córdoba