Será porque se adentra el otoño con sus tonalidades ocres y sus silencios. Será porque hemos conmemorado la festividad de todos los difuntos que llevamos en nuestro corazón y somos más sensibles a nuestro corto transitar. Será quizás porque el frío se deja sentir en la piel y cala hasta los huesos, o tal vez sea porque vamos acumulando años y experiencias, o porque estamos sobre expuestos a las presiones y tensiones inabarcables e inacabables que nos rodean, o porque uno conoce bien la catadura de los rufianes, pero les confieso que me apetece el recogimiento de la posada, la caricia sincera, el acurrucarme bajo las sábanas de la ternura, del encuentro pausado, del hablar ponderado y el trato educado, de la sonrisa franca y el abrazo sentido. Me apetece volver a las cosas de verdad, al ámbito de los sentimientos más allá de las noticias, a las miradas sin trampa, emprendiendo la huida del espectáculo y la vorágine que nos consume en frenética carrera, del desierto exterior al oasis interior y al disfrute de lo sencillo y genuino.

Estadísticas de paro y pobreza. Noticias de ganancias bancarias con el rescate de todos, de ínfulas pretenciosas de independentistas ricachones, de abusadores indecentes de carne humillada y futuros inciertos, de matanzas sin sentido, de papeles que descubren entramados y mentirosos. La mirada recorre parajes desconcertantes de infamias y tribulaciones. Desde la perpetua e indolente indefinición de los proyectos locales, que pesa sobre nuestro presente y secuestra el porvenir de nuestros hijos, sin que nadie dimita ni proteste siquiera ante tamaña incapacidad y mediocridad. Hasta las insoportables mentiras de la manipulación, las amenazas ruines de quienes trafican con el miedo, las insolencias descaradas y las intransigencias siempre fundamentalistas, nacionales e internacionales, de todo color y signo.

Ahora solo me apetece huir de tantos ruidos que me acompañan tocando una sintonía deforme y estruendosa; ruidos que vagan, que van y vienen en bucle, confundiendo y ahogando las voces interiores. Huir, sí. De tantas promesas estúpidas, de líderes efímeros, de mercachifles sin escrúpulos, de tanto payaso suelto por el asfalto, con perdón de los payasos. Huir de lo urgente, de los proyectos vacuos e inconsistentes, de los postureos vanales, de los escaparates y teatros, de las galerías de moda, de los sucedáneos y todo lo contaminado que nos rodea. Huir de la globalización de la infamia para encontrarme, en la aldea de mi vida y en los pliegues de mi existencia, con lo que es auténtico y de verdad, con lo que es justo y limpio, con lo que es libre y sin ataduras, con lo que nace del amor y la compasión. Disculpen este arrebato de sinceridad, esta confesión al trasluz, esta glosa otoñal que no versa sobre la última hora, y permítanme que me declare apátrida ante el cinismo y la hipocresía en este mundo de plástico y ruido, refugiado en mi propia isla de barro y silencio.

* Abogado