En esta campaña electoral, más que en ninguna hasta ahora, hay demasiado ruido, demasiadas luces, demasiadas distracciones. Los medios de comunicación tradicionales, las televisiones, las redes sociales (con la complicidad de todos), hasta los mismos actos a los que nos convocan, todo es luces y ruido. Luces destellantes y ruido que nos ciega y ensordece. El procés, Cataluña, los decretos de última hora, el brexit, Venezuela, las encuestas, el último suceso de violencia machista, una manifestación en defensa de algo, los fichajes políticos de última hora, los exabruptos de Vox, la vuelta de Pablo Iglesias, las encuestas, etc... Y, en medio de todo, lo de siempre, la Semana Santa, la primavera, y, para nosotros, el mayo cordobés. Hay ya tanto ruido, vamos a tener tanto ruido, que no oímos nuestros propios pensamientos.

Quizás por eso, porque la política y la sociedad actual generan tanto ruido, es por lo que la «nueva política» es como es. Quizás la nueva política sea tan simple y simplificadora, tan sin argumentación, porque en medio del ruido y las luces fuertes lo único que se puede decir es sí o no con la cabeza, distinguir entre el blanco y el negro. Quizás esa tendencia a que todo se vuelva rojo o azul, de izquierda o de derecha, sí o no, es fruto del ruido, del exceso de información irrelevante que estamos continuamente recibiendo. Quizás por eso la nueva política va auscultando más las «sensaciones» de la ciudadanía que sus «razones». Quizás por eso va de no tener matices, va de suponer más lo que ocurre a partir de cuatro experiencias, que de saber tras analizar los hechos. Quizás la nueva política va más de agitar que de serenar, de romper más que de unir. Y, quizás porque la esfera pública es una feria, tienen más éxito los que más llaman la atención, los que más chillan, los que más se mueven, los que más se prodigan, los que dan con el slogan más provocador.

Basta mirar lo que ha ocurrido en los últimos años en muchos países para saber que la «nueva política» va de eso. Trump ganó, como Salvini en Italia y Bolsonaro en Brasil, haciendo una «nueva política» de mensajes simples, falsos y exagerados, generando mucho ruido y haciendo propuestas elementales sobre los que pidió el acuerdo o el desacuerdo. La misma estrategia con la que ganó el brexit. La misma estrategia con la que se querían independizar a Cataluña los políticos encausados.

Esta es la «nueva política» que nos espera en la campaña electoral y, lo que es peor, después. Una «nueva política» que ya ha empezado por la simplicidad con que todos andan etiquetando a los demás como de «izquierdas» o de «derechas» (como si poner una etiqueta fuera un argumento), haciendo metáforas exageradas («los fascistas están a las puertas del Congreso» dicen unos; «los rojos van a dividir España», dicen otros) y gracietas tontas y displicentes. Y, cuando nos tengan ya alineados, nos presentarán unas propuestas simples, claras, meridianas, seguras, rotundas. Propuestas para todo, especialmente de lo no importante. Y nos pondrán en medio de la disyuntiva de «estás conmigo o contra mí». Para que asintamos o deneguemos con la cabeza.

Nos darán respuestas sin habernos dicho nada, sin un análisis de la situación política geoestratégica o económica, como si viviéramos en un mundo sin otros países. Nos darán respuestas simples de blanco o negro sin datos contrastados de paro, deuda pública, presión fiscal, pensiones, desigualdad, inmigración, deterioro medioambiental, etc. Harán debates broncos llenos de insultos. Y, después, nos forzarán a elegir como si fuera un combate, sin matices, ni palabras. Porque nos darán a escoger un sí o un no, un simple color.

Vivimos tiempos de ruido y en ellos hay una «nueva política». Una política de feria, lejos de la ciudad, sin contacto con los problemas. Y luego querremos que las decisiones que se tomen los solucionen. Lo siento, pero será que no.

* Profesor de Economía. Universidad Loyola Andalucía