Toda opinión articulada desde la reflexión y la conciencia debería construirse a partir de datos fehacientes. Como sociedad deberíamos interiorizar las cifras oficiales, constatadas en el ámbito nacional e internacional, en torno a los abusos sexuales. Uno de cada cinco niños y niñas, sufre abuso sexual infantil antes de los 17 años, lo que constituye el 20% de la población. Estas cifras, por si solas, deberían establecer una alerta social. El hecho de que una víctima manifieste abiertamente su condición supone un primer reconocimiento público de lo sucedido que deberíamos asumir colectivamente.

Los abusos sexuales infantiles, son en esencia, un abuso de poder, debemos entender, que el abuso sexual infantil no parte de una orientación sexual determinada, de una enfermedad mental o de diferentes opciones vitales, como puede ser, en el caso de la Iglesia católica, el celibato, el abusador ejerce una posición de poder sobre su víctima, en un entorno de confianza jerarquizado. El verdadero problema es cómo, partiendo de esta condición, articulamos como sociedad la visualización y la consecuente prevención y resolución del problema. Es necesario crear estrategias conjuntas, por parte de todos los agentes sociales, para conseguir reducir riesgos.

En este sentido, resulta evidente que la estrategia de silenciar el problema constituye un encubrimiento de los abusos y, en ningún caso, una vía de resolución. Debemos romper el silencio y asumirlo como sociedad, responsabilizarnos colectivamente. Una sociedad madura debe poder afrontar, sin miedo ni estigmas de ningún tipo, su realidad. No podemos delegar esta responsabilidad exclusivamente en las víctimas. Las instituciones, en general, tienen que ser partícipes de la denuncia, constatando la realidad y gestionando su recorrido y, naturalmente, la Iglesia debería asumir este compromiso. En cualquier caso, la responsabilidad sobre la inoperancia entorno a la resolución del problema no pude recaer exclusivamente en las víctimas y en el hecho de que tarden más o menos en denunciar su condición.

Todos nosotros deberíamos preguntarnos cómo hemos gestionado esta lacra social, ciudadanos e instituciones. No olvidemos que la Iglesia católica representa a un gran número de ciudadanos y forma parte, de manera implícita, de la vida de este colectivo. Empecemos a responsabilizarnos como sociedad y hagamos responsables a nuestras instituciones, preguntémonos cómo hemos permitido que se imponga el silencio en torno a los abusos sexuales infantiles, y sobre todo, preguntémonos, de forma responsable, conscientes de la realidad, qué podemos hacer a partir de ahora. Todos, también la Iglesia.

Tenemos la oportunidad de cambiar el rumbo, de modificar conductas sociales, de trabajar la prevención, de acompañar a las víctimas, de hacer nuestra la máxima de si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo. Se trata de una alerta social, tenemos que estar atentos y proteger a nuestra infancia, proteger nuestro futuro.

* Presidenta de la fundación Vicki Bernardet, que desde 1997 trabaja en la atención integral, prevención y sensibilización de los abusos sexuales a menores cometidos en su ámbito familiar y de confianza