Es como si PSOE y ERC hubieran abierto una cabeza de puente para intentar dar salida a un frente inamovible e infernal entre la España Constitucional y el separatismo catalán en marcha. El acuerdo de año nuevo, que amplifica la alarma de la derecha hasta el fin mismo de los decibelios («Venden España», «Liquidan la soberanía nacional», «No debe presidir España quien la ataca así») e irrita a volados cómo Puigdemont, Torra y sus coros antisistema enrolados en la CUP, si le bajamos el volumen de la pasión, es el primer paso en serio que se da en los últimos siete años para tratar de encontrar una salida a la crisis catalana que lleva a España de cabeza y empieza a ser preocupación europea.

Más allá de la fanfarria trumpista de nuestra derecha y las befas anarquizantes y racistas de cuperos y compañía, convendría reparar que por primera vez en la última y feroz andanada secesionista se rompe el frente político independentista catalán por su parte más nutrida y sólida: ERC, el partido mayoritario de Cataluña sobre el que asentó el andamiaje del 1-O y es el pulso separatista permanente.

De igual manera, en la vertiente estatal y constitucional, es el PSOE quien da el paso, es decir, el partido que más esfuerzos ha dedicado a la fragua de la España democrática. Ahora los irredentos son los extremos de uno y otro bando.

Claro que este paso tan osado de socialistas y Esquerra se produce en un tiempo en el que mandan los vivas y mueras; años de políticos feroces en crecimiento y de un mundo que muta hacia los nacionalismos y autoritarismos. Quizás sea por ello, también, que al presidente Sánchez se le pueda escupir cualquier barbaridad o bendecirle con inmundicias sin que alarme. Porque también no pocos de sus seguidores tienen dudas o están asustados y perdidos como cualquier otro hijo de este tiempo.

Porque de persistir en el empecinamiento de unos: «España es una, y Cataluña es España» o «El derecho a decidir de los catalanes es irrenunciable», de otros, lo único que cabe es el hundimiento de todos. Hace tres o cuatro años en un encuentro de conocidos uno de ellos comentó irónico «Artur Mas quiere independizar Cataluña de España». Otro respondió: «¿Y cuántos cañones tiene?». Todavía entendemos el conflicto catalán en esos términos. Pero un desgarro de esta naturaleza hoy no se «arregla» con cañones, sino leyendo bien el tiempo histórico que vivimos y acertando luego en la respuesta política que se da.

Socialistas y Esquerra han apostado por un camino que, de entrada, no pretende dar más oportunidades a los apocalípticos en su momento de mayor crecimiento. Porque como sentencia Ivan Krastev en el libro La Luz que se apaga, de amplia lectura entre políticos, académicos y periodistas estas fiestas: «En la actualidad, a medida que Estados Unidos se despoja de la imagen tradicional como nación ejemplar, los países de todo el mundo tienen la bendición de Washington para retrotraerse con complacencia a la versión más brutal, amoral y arbitraria de si mismos».

Deberíamos dar una oportunidad más a la palabra y no persistir en el crecimiento del odio.

* Periodista