Rodrigo Lanza se ha quitado los hierros insurgentes de los labios y de los lóbulos de las orejitas de cordero antisistema degollado, se ha dejado crecer el pelo al cero hasta alcanzar una cierta melenita rollo ciudadanos, se ha cortado las rastas y luego ha sido absuelto del delito de asesinato del españolista Víctor Láinez. El resumen visual es más o menos así. Sin embargo, sí que ha sido condenado por homicidio con imprudencia grave por motivos ideológicos. Así, ha pasado de los 25 años de pena que pedían la Fiscalía y las acusaciones a un máximo de 12, porque el delito de homicidio por imprudencia grave está castigado con entre uno y cuatro años de prisión y el Código Penal contempla que la pena se incremente en dos grados si se contemplan dos agravantes o más, que es la estrategia que a partir de ahora llevarán a la práctica la Fiscalía y las acusaciones. Así que Rodrigo Lanza podría ser condenado a 12 años. El veredicto ha contemplado la atenuante de furor o arrebato, que además de ser una película tremenda de Iván Zulueta puede convertirse en el comodín de cualquier agresión, porque apenas necesita justificación probatoria. Es que yo estaba arrebatado. Es que el furor me corría por mis venas ardientes y por eso agarré una barra de hierro y la hundí en el cráneo españolista de Víctor Láinez. Eso sí: se han apreciado las agravantes de odio, alevosía, ensañamiento y reincidencia.

Todo esto es una tristeza por lo que ha sido y por lo que representa. Pero también por los enormes silencios que han acompañado a este suceso desde que se conoció. Quiero decir: si hubiera sucedido lo mismo o algo parecido con una agresión fascista a un antisistema y hubiera terminado con la cabeza rota por un ultra, estoy más que seguro de que se habría erigido el grito de indignación legítima de la izquierda española, convertida desde hace demasiado tiempo en árbitro moral de nuestro juego, en juez y parte de la realidad. Sin embargo, machacan la cabeza a un tipo por lucir unos tirantes con la bandera de España y no solo nadie mueve nada, sino que no han sido pocos los activistas de izquierda radical que le han manifestado su complicidad convencida y pública. Así lo han hecho sin despeinarse las dos grandes intelectuales Bea Talegón -con su alma inquieta a rastras entre espejos cóncavos y convexos, del PSOE juvenil a Podemos, siempre en la vigilancia ética de Occidente y últimamente como pitonisa moral de Puigdemont- y la gran Estefanía Moghli, defensora de la visionaria teoría de las «gallinas violadas» por los gallos, cuyos derechos defiende con ardor feminista y vegano. Lo curioso es que lo hayan defendido porque Rodrigo lo vale; porque, realmente, nada se sabía antes del juicio sobre lo que pasó. Es decir: se lanzaron a su defensa solamente porque ellas pensaban como él.

Lo que se dijo entonces y ha quedado probado en el proceso es que Rodrigo Lanza mató a Víctor Láinez en diciembre de 2017 tras encontrarse con él en un bar de Zaragoza. Que Víctor Láinez llevaba unos tirantes con la bandera de España -lo que de entrada te hace sospechoso de casi todo para los guardianes de la superioridad moral-, y que Rodrigo Lanza lo atacó por motivaciones ideológicas. Lo curioso del juicio es que Rodrigo Lanza se presentó con una nueva imagen: fuera los pendientes y los piercings en las comisuras de los labios, crecido el cabello en los parietales y desterradas las rastas a ese lugar áspero de lo que no ocurrió. Rodrigo Lanza se presentó vestido de un nuevo tipo que no era o no quería parecerse a Rodrigo Lanza. Sin orgullo de espíritu, por así decirlo. Rodrigo Lanza atacó a Víctor Láinez por detrás, Láinez cayó y Lanza lo pateó en el suelo. Nada nuevo para un hombre que en 2006 dejó tetrapléjico a un policía. Los médicos que atendieron a Víctor Laínez en el hospital dijeron que tenía fracturada la zona ósea más dura del cráneo, y que es imposible romperla de un puñetazo. O sea, una barra. La presunta navaja de Láinez, presunto motivo de la «legítima defensa» que el jurado popular sí ha apreciado para Rodrigo Lanza, después de todos los registros policiales, nunca llegó a aparecer.

Rodrigo Lanza tiene derecho a defensa y juicio justo. Y por supuesto, siempre, a su presunción de inocencia, aunque ya parece quebrada. Pero los ciudadanos también tenemos derecho a una vecindad en la que se condenen socialmente los delitos contra cualquiera de nosotros por el daño que produjeron, no en virtud de la proximidad ideológica del criminal, con disfraz o sin él.

* Escritor