En 2016 la analista política Michelle Wucker publicó El rinoceronte gris, un libro en el que bautizaba así a los acontecimientos que se ven venir pero sobre los que se mira hacia otro lado. “Animalizar” la ceguera consciente -o inconsciente- ya fue popularizado por el economista libanés Nassim Taleb en 2007 con su “cisne negro”, que acabó por convertirse en un clásico para los analistas de riesgos -con visión geoestratégica- y un ejercicio de previsión anual que llena una extraordinaria cantidad de espacio en informes, artículos y, como sigamos así, en juegos de mesa.

Ironías aparte, la verdad es que llegados a este punto, la aprobación el pasado jueves de los PGE para 2021, tenemos ante nuestras narices un rinoceronte gris de manual. Parte de unas previsiones macroeconómicas que si ya eran extremadamente optimistas a finales de septiembre, hoy son sencillamente quiméricas.

Mantener un crecimiento de casi el 10 por ciento para el año que está a punto de llegar, con una previsión de ingresos (recaudación) propia de los mejores años precovid, dada la situación de empresas, autónomos y familias; con un gasto que depende en gran medida de los fondos “next generation” (y su efecto si se gestionan medianamente bien) y un desequilibrio de las cuentas públicas tan notorio, es un acto de fe.

Como en cualquier propósito colectivo que tenga que ver con la suerte de millones de personas desde la acción pública, es imposible creer que se ha hecho un presupuesto equivocado a sabiendas. Otra cosa muy distinta es dirigir el principal instrumento de vertebración social del país a unos objetivos políticos que están absolutamente fuera de los intereses cotidianos y, muy especialmente, de las necesidades reales de esos millones (muchos) de personas.

Ojalá creciésemos un 10 por ciento en 2021 y dejásemos la crisis atrás mirando al futuro con la transformación de los modelos productivos. Ese sería un cisne blanco, con el permiso de Taleb. Pero es que, el cuerno del rinoceronte, se puede tocar ya.

* Periodista