La lista de los tratados internacionales que Estados Unidos abandona bajo la presidencia de Donald Trump empieza a ser ya importante. Y muy inquietante. El último es el Tratado para la Eliminación de Misiles de Medio y Corto alcance (INF, por sus siglas en inglés), un acuerdo bilateral de desarme firmado en 1987 por Ronald Reagan y Mijail Gorbachev que en su momento fue la antesala del fin de la guerra de la fría. Estados Unidos denunció hace seis meses el tratado INF ante la negativa de Moscú a destruir el misil de crucero ruso Novator 9M729 (SSC-8, según la clasificación de la OTAN), que violaría el acuerdo, según lo interpreta Washington. Ayer viernes se completó el proceso de retirada de la primera potencia mundial del convenio que firmaron en 1987 Estados Unidos y la URSS por el que ambas potencias se comprometían a no fabricar, desplegar o realizar pruebas de misiles de corto y medio alcance. Las autoridades rusas negaron las acusaciones, y a su vez culparon a Estados Unidos de haber abandonado el tratado de forma unilateral. La OTAN se alineó sin fisuras con la postura estadounidense, señalando que Rusia es la única «responsable de la desaparición del INF». Sea como sea, la ruptura del pacto es percibida por muchos analistas con temor ante la posibilidad de que dé pie a una nueva carrera armamentística nuclear que encaja con el carácter nacionalista de los gobiernos de Trump y Vladimir Putin.

Lejos quedan los tiempos en que Barack Obama propuso desde la Casa Blanca un proceso de desnuclearización mundial. La intención de Obama no llegó a plasmarse en un plan concreto, y años después no es aventurado hablar de una carrera nuclear multipolar. El secretario de Estado de EEUU, Mike Pompeo, se refería ayer a la necesidad de sustituir el INF por un acuerdo mas amplio que incluya también a China, un actor que actualmente es clave en la escena internacional. Pekín no forma parte de ningún acuerdo de desarme mientras que otras potencias nucleares como Israel, India y Pakistán han desarrollado sus programas fuera del paraguas del Tratado de no Proliferación Nuclear. Si a ello se le une la incógnita sobre el alcance real, presente y futuro, de los proyectos nucleares de Irán y Corea del Norte, el resultado es un escenario que recuerda a la carrera armamentística de la guerra fría, con la diferencia de que entonces se trataba de un asunto bipolar, en las esferas de influencia de EEUU y la antigua URSS, y hoy es multipolar y, por tanto, más peligroso. La estrategia de la destrucción mutua asegurada con diferentes actores en juego es un riesgo intolerable que debe evitarse.

El mundo no necesita más armamento nuclear, sino líderes mundiales responsables que utilicen otro tipo de armas para reconducir los conflictos entre las naciones: el diálogo, la cooperación y la diplomacia. Un estilo que no abunda ni en la Casa Blanca ni en el Kremlin.