"Yo solo sé jugar bien al baloncesto». Hay muchas maneras de practicar la humildad, pero decir esto tras haber sido elegido el jugador más valioso del último Mundial es imbatible. Y si además pregunta «¿en qué puedo ayudar?», ahí te das cuenta de que tratas con alguien especial. Y muy grande. No solo por su 1,93 sino por la talla como persona. Esta es la sencilla historia de por qué Ricky Rubio se asoma a La Ventana para responder a preguntas, dudas o reflexiones que le plantean los oyentes. Porque se nos ofreció él.

A pesar de tener una fundación solidaria que acaba de regalar miles de libros a menores tutelados por la Generalitat, de estar en proyectos de ayuda a personas con discapacidad y de haber aportado dinero -él siempre quiere anonimato en esos gestos- para la lucha contra el covid-19; y encima de tener un bebé al que cuidar -y disfrutar-, a pesar de todo eso nos preguntó qué más podía hacer. Y lo que hace es impartir lecciones de vida. El ídolo convertido en terapeuta.

Desde un padre que le cuenta cómo sus hijos cabalgan una montaña rusa de emociones; tan pronto celebran un cumpleaños como lloran la muerte de su abuelo. Hasta otro que le pide ayuda para animar a su hija, loca del básquet pero tan deprimida con el confinamiento que no quiere ni tocar el balón. A todos les responde Ricky con una mezcla de sinceridad y sentido común que te desarman. «Es normal que se pierda la ilusión. En mi primer año en la NBA me rompí los cruzados y estuve muy jodido, pero la ilusión vuelve». «No tenemos que obsesionarnos con algo porque puede acabar pesando demasiado». «Antes decía que no a cosas que son más importantes. A una comida con la familia, a detalles, a amigos…». Las palabras de Ricky son un soplo de aire fresco frente a la atmósfera cargada de bocazas, odiadores profesionales y oportunistas que en lugar de preguntarse: ¿cómo puedo ayudar? han enfocado esta crisis a partir del: ¿qué puedo sacar yo? Son repugnantes. Pero los Ricky son un regalo. Y son más. ¿o no?

*Periodista