Hay libros cuyo título plantea ya una interrogante y obliga a una respuesta. Tal ocurre con el último de Joaquín Estefanía, titulado Abuelo, ¿cómo habéis consentido esto? (Ed. Planeta, 2017). “Esto” es la situación en la que se encuentra el país, en especial los jóvenes. Estefanía detalla algunas cifras que, aunque conocidas, merecen repetirse. Según Eurostar, en 2016 la tasa del paro juvenil en España era del 45%, siendo la media de la UE del 19,4%. El paro juvenil de larga duración era del 39,2% y, de los que tenían trabajo, el 71,3% eran temporales, lo que “da idea -dice Estefanía- del tipo y calidad del empleo que están abocados los jóvenes”. Para más inri, de los jóvenes que trabajan, el 56,6% desempeñan trabajos por cuenta ajena inferior a su calificación profesional. Este derroche de formación a cuenta de las familias y el Estado va en la mochila de los cerca de un millón de jóvenes españoles que ha tenido que emigrar. Una verdadera sangría. Del paro en general, de la corrupción y otras lacras, qué les voy a decir. Al aplicar el Gobierno desde la Gran Recesión de 2007 las políticas de ajuste neoliberales, al dejar que los mercados sigan regulando la economía, no solo se ha ralentizado la recuperación económica y se ha dejado de priorizar el pleno empleo, sino que el Estado se ha inhibido de su función correctora, ha perdido densidad democrática y ha sido gangrenado por la corrupción. Mientras unos pocos se han hecho más ricos, los jóvenes, de un futuro incierto, son hoy las víctimas.

Tal situación viene de más lejos (véase, por ejemplo, la polémica Keynes vs. Hayek, Deusto, 2013), de la reacción conservadora de Thather y Reagan, y es el resultado, según Joaquín Estefanía, «de graves errores que nos han llevado a la era Trump». Pero lo curioso es que ahora Trump está en el candelero y es objeto de críticas, cuando no de mofa, por muchos de los que en estas décadas no movieron un dedo para evitar que se llegara a este punto casi apocalíptico; antes bien aplaudieron esas políticas. ¿Eran miopes? ¿Lo eran los más de nueve millones de jubilados a quienes hoy rodearán sus nietos pidiéndole responsabilidades? Y lo más importante para mi conciencia (y perdóneseme que personalice): ¿En qué sentido soy yo, como abuelo, responsable de haber consentido este deterioro de nuestro bienestar? Yo, palpándome la ropa vieja y con los bolsillos vacíos, corrí en mi juventud delante de los grises, no paré de correr hacía el París del mayo del 68, seguí corriendo hasta plantarme delante de la Guardia Nacional en los campus universitarios norteamericanos y sufrir los primeros recortes de Reagan cuando se eliminó la publicación universitaria que dirigía y en la que se criticaba la guerra de Vietnam, dictaduras como el franquismo, y se buscaba la utopía. Después, no he dejado de emborronar páginas con más pena que gloria. Los millones de abuelos en nuestro país se harán parecidas preguntas y buscarán sus propias excusas con la misma impotencia que yo.

Decía Jean Paul Sartre que estar en un sistema era como ir subido en un coche que alguien conduce y que, si no te gusta el viaje y el conductor no se quiere parar o no puede pararse, no queda más remedio que enfrentarse al conductor o lanzarse por la ventanilla. No todos tienen el valor de hacerlo. Y aquí estamos.

* Comentarista político