Como homosexual exijo respeto, ¿acaso es mucho pedir? Me siento muy orgulloso de mi sexualidad. No la he elegido pero forma parte de mi naturaleza. No estoy dispuesto a admitir insultos, descalificaciones o humillaciones y exijo un trato igual que al resto de personas. Requiero para mí el mismo respeto que yo tengo a los demás. Por ello, exijo la igualdad de trato para todos, también para gays, lesbianas, transexuales o bisexuales. Las normas que rigen nuestro modelo de convivencia tienen que garantizar el respeto a la diversidad y que sea un respeto de todos y para todos. La ley y la justicia están obligadas a proteger el derecho al honor y a la dignidad de todos y por tanto de colaborar en la erradicación de la homofobia. Esta es una lucha social viva, porque se sigue dando la humillación, la violencia y la discriminación al colectivo LGTB.

Recientemente se ha aprobado en el Parlamento de Madrid, por unanimidad de todas las fuerzas políticas, una ley integral de protección al colectivo LGTB y de lucha contra la discriminación por orientación e identidad sexual, también denominada de lucha contra la homofobia. Esta ley autonómica va en la misma línea que el proyecto de ley sobre Igualdad de Trato, presentado por el Grupo Parlamentario Socialista en el Congreso de los Diputados, que no ha sido aún aprobado. Es decir, que en el siglo XXI y en un Estado de Derecho donde se protegen los derechos y libertades, aún no contamos con una ley estatal que garantice la no discriminación por orientación e identidad sexual.

No puedo comprender el escándalo y la repulsa que esta ley ha provocado en algunos dignatarios eclesiásticos. Más cuando es una ley que ayuda a ser felices a muchas personas, que obliga a educar en valores de igualdad y respeto, que contribuye a crear una convivencia más pacífica, y que protege al colectivo LGTB frente a los insultos, las humillaciones y la violencia. Es una ley que obviamente no obliga a nadie a la aprobación ni a la práctica de la homosexualidad, pero sí al respeto de las orientaciones e identidades sexuales. No admitir esta ley y llamar a la insumisión, ¿acaso significa justificar la discriminación a través de un trato diferente al colectivo LGTB? ¿Significa continuar en la línea que tradicionalmente ha tenido la Iglesia Católica de marginación a los homosexuales?

Si fueran afirmativas las respuestas a estas preguntas, los obispos que se han manifestado contra esta ley, entre otros el obispo de Córdoba, estarían en una línea bien distinta a la del Papa Francisco. En un reciente viaje a Armenia, el Papa Francisco declaró que «la Iglesia no solo debería pedir disculpas, sino perdón a aquellas personas homosexuales que se hayan sentido marginadas» y que «el catecismo de la Iglesia Católica pide que los homosexuales no sean discriminados, deben ser respetados, acompañados pastoralmente». Esta respuesta la dio el Papa al ser preguntado por otras declaraciones del cardenal Reinhard Marx, que aseguró que «la historia de los homosexuales en nuestras sociedades es muy mala porque hemos hecho mucho para marginar».

Es evidente que el Vaticano está evolucionando y trata de acercarse a la denominada «sociedad herida» de la que forma parte el colectivo LGTB. Esta nueva postura de la Iglesia, diferencia entre aprobación y respeto, asumiendo el respeto al homosexual y la no discriminación pero no la aprobación a la homosexualidad. Lo considero un paso importante, aunque no definitivo, para ir curando heridas. Pero la negativa y repulsa a una ley de lucha contra la homofobia que garantiza el respeto, la no discriminación y la no marginación al colectivo LGTB, abre por el contrario aún más la herida existente históricamente entre la Iglesia y los homosexuales.

Nadie con sentido común y convicciones democráticas puede negar el respeto que todos nos merecemos.

* Diputado socialista