Por todos, por supuesto; pero, en el estado actual de una gran parte de nuestra cultura, muy particularmente por los literarios. Sin monroísmos ni particularismos de todo punto rechazables, resulta, desde luego, muy recomendable guardar toda suerte de consideraciones a campos específicos del desarrollo intelectual y científico de un país como España que encuentra en su majestuoso, envidiable patrimonio artístico y literario una de sus señas de identidad más peraltadas al tiempo que más enriquecedoras.

Ello ha de hacerse con cuido y hasta mismo de la libertad de opinión y escritura, mas siempre -se repetirá- con claro deslinde de fronteras y campos. El afortunado auge en el momento presente de la evolución cultural de nuestra patria de autores «totales» aconseja mantener en toda su integridad tan sacrosanto principio de la vida de las letras. Así, días atrás en la principal tribuna del más importante periódico español el novelista más encumbrado y famoso, muy aficionado a dejar discurrir su envidiable pluma por los territorios más diversos, afirmaba rotundamente en la glosa crítica de uno de los «libros del año» que el célebre polemista sevillano Fr. Bartolomé de las Casas (14 -15) perteneció a la orden agustina. Gazapo por entero disculpable, si no fuera porque el fraile dominico y su controvertida obra La destrucción de las Indias dieran lugar en la segunda mitad de la centuria a una de los dos duelos historiográficos más descollantes del novecientos hispano, en la estela, claro, de un combate intelectual surgido a raíz mismo de su publicación y prolongado hasta hodierno, según es bien sabido.

Dos figuras cimeras en el plano de la política y la cultura de la mencionada época, el también sevillano D. Manuel Giménez Fernández (1896-1968) y el coruñés D. Ramón Menéndez Pidal (186-196) cruzaron su encomiable y oceánico saber y su fina dialéctica en la defensa y ataque respectivamente de la acribia y valor científico de unos de los textos más difundidos de la literatura universal a lo largo de los 500 años que nos separan de su edición original. Apartado de la actividad política malgrè lui por veto casi personal del mismo Franco, el enciclopédico autor hispalense alumbró en verdad un estudio monumental en torno a la biografía de su coterráneo: Bartolomé de las Casas. 2 vols. (Sevilla, 1953-1960), estimada por críticos de destacada solvencia a la manera, entre otros, de Jaume Vicens Vives (1910-60) o Pierre Chaunu (1923-2009) como uno de los fastigios de la muy pujante y rigurosa historiografía española y europea de comedios del XX.

En clave muchas veces política, ciertos parágrafos del deslumbrante texto del que fuese uno de los ministros más fustigados al tiempo que alabados ministros de la Segunda República se interpretaron como un ataque a diversos aspectos de la dictadura, rasgo que prestaría a la obra del canonista sevillano una audiencia y notoriedad no restringidas al público especialista.

* Catedrático