No faltaron, según es lógico, manquedades a la actividad y al diario bregar de Giménez Fernández, que prestaron más humanidad a su carácter, en extremo cordial y modesto. Figura tan ponderada como D. Ramón Menéndez Pidal llegó a acusarle de arrebato hasta un punto recusable en la controversia mantenida con él a propósito del valor historiográfico de la obra lascasiana. No obstante máculas y limitaciones, estas jamás llegaron a pudrir las fuertes raíces éticas de su personalidad, ni a poner en grave peligro las normas cristianas a las que procuró acomodar esmeradamente su rica biografía. No solo por llevar la justicia social a los campesinos y braceros del Sur, sino igualmente de su fervor por su héroe, Giménez Fernández fue un preclaro español. Su ilimitada incondicionalidad lascasiana lo demuestra de modo ostensible. En su opinión, la gesta del dominico hispalense puede aún servir de guía a los combatientes contra la explotación el hombre por el hombre y a los soñadores por un mundo más justo. En una sociedad como la actual no cabe decir que tal programa se encuentre lastrado por la utopía o la inutilidad.

La presencia y eco de Giménez Fernández en la España de los decenios centrales del siglo precedente, así como en los círculos universitarios más prestigiosos del Occidente de la época, proyectaron con gran impacto su obra y figura en las esferas intelectuales y bibliográficas más acreditadas del mencionado periodo. De ahí, que resulte llamativo al tiempo que penoso el desconocimiento de su descollante tarea americanista justamente por, hodiernamente, el más «glamuroso» e influyente escritor en lengua española, muy interesado, por contera, por la ancha y, en conjunto, esplendente trayectoria de la civilización hispanoamericana. Si a un escritor de su envergadura artística y su acezante curiosidad historiográfica le es ignota toda la ancha y exuberante parcela del saber roturada por la vívida y tremente pluma del más insigne de los escoliastas del dominico sevillano Fray Bartolomé de Las Casas, ¿qué cabrá esperar de la nutrida legión de novelistas y narradores atraídos en nuestros días con pasión incontenible e incesable requerimiento de editores mercantilizados por ficciones y relatos «históricos»? Modestia, responsabilidad, contención y sobriedad tal vez fuera el cuarteto más idóneo y recomendable de la partitura más cercana a los oídos y postura de los creadores y novelistas más encariñados con su noble y arduo oficio.

* Catedrático