El origen origen del republicanismo español se sitúa en la primera mitad del siglo XIX, aunque hasta 1873 no se implantará una República en nuestro país. Tras aquella experiencia frustrada, el republicanismo evolucionó de la mano de sus grandes nombres: Castelar representó a la derecha republicana, el denominado republicanismo «señor» y respetable; Salmerón se convirtió en la vertiente política del institucionismo intelectual, y por último, Ruiz Zorrilla, procedente de las filas del progresismo de Prim, representó la vía insurreccional. A finales del siglo XIX el republicanismo se había convertido en una corriente asentada en la vida política, una definición de lo que representó la encontramos en el historiador Manuel Suárez Cortina: «Como un movimiento social y político heterogéneo, como una filosofía que intentó adaptar a nuestro país los métodos e ideas del nuevo liberalismo europeo de la época, como una propuesta política alternativa a los métodos clientelares y caciquiles del sistema, el republicanismo español constituyó una de las señas de identidad de la España de fin de siglo».

Pero las dificultades para participar en las instituciones de la Restauración provocaron que se impusiera en algunos momentos una corriente unionista en el seno del republicanismo, lo cual se plasmaría en la fundación de la Unión Republicana en 1903, sin embargo la aparición en el escenario político de Solidaridad Catalana en 1906, daría al traste con dicho proyecto, al tiempo que produjo el enfrentamiento de posiciones, en especial entre Salmerón y Lerroux. Este último, representante de un sector contrario a la colaboración con Solidaridad, acabó fundando en 1908 el Partido Radical, el mismo año en que se produjo la muerte de Salmerón; por su parte, la corriente reformista de la Unión, de la mano de líderes como Azcárate o Melquíades Álvarez, constituiría en 1912 el Partido Reformista. La idea de la República como modelo se imponía incluso en aquellos que se definían como socialistas, tal es el caso del personaje de la novela Manolín (1912), del montoreño Esteban Beltrán, que expresaba: «Yo ayudo a los republicanos en todos sus actos, porque la República será la que ponga o imponga el orden en este desbarajuste político que nos gobierna hoy».

Durante la dictadura de Primo, el partido fundado por Azaña en 1925, Acción Republicana, se integrará al año siguiente en una Alianza Republicana junto a representantes del republicanismo histórico. En 1929 nació el Partido Republicano Radical Socialista, que se integraría junto a la Alianza en un proyecto de constituir de nuevo una Unión Republicana. Y en 1930, procedentes de las filas monárquicas, Niceto Alcalá-Zamora y Miguel Maura fundaron Derecha Liberal Republicana. Todas estas corrientes confluirían en el mes de agosto de 1930 en el Pacto de San Sebastián contra la monarquía. Un sector importante de los republicanos de izquierda respondía a los parámetros modernizadores de la generación española de 1914 más que a una herencia del siglo XIX, y su proyecto se concretó en el régimen republicano nacido en 1931, destruido, que no fracasado, con el golpe de estado de 1936.

Los valores republicanos defendidos a lo largo de la historia no coinciden con los del Parlamento catalán, en particular cuando declara, frente a la monarquía, su «apuesta por la abolición de una institución caduca y antidemocrática». Hoy, ser republicano debe ser algo más serio que expresar la disconformidad con que haya una institución que se transmita por un sistema de herencia. Los ejemplos que dan algunos republicanos, en particular en Cataluña, los alejan de lo que decía Azaña en 1930: «La República no promete glorias... Prometemos paz y libertad, justicia y buen gobierno». Ese es el camino, y no el de intentar saltarse las normas democráticas.

* Historiador