Desde que Mary Wollstonecraft escribió su Vindicación de los derechos de las mujeres hasta hoy, el feminismo histórico se ha definido como un aliado fiel a las ideas emancipatorias del republicanismo cívico, dado que ambas teorías políticas están íntimamente unidas al concebir la idea de libertad como no dominación. Si el feminismo liberal concebía la libertad como no interferencia, el republicanista va más allá de la consideración de la igualdad entre mujeres y hombres al añadir a este otro feminismo más, el de la diferencia, que es necesario poner de manifiesto. Por tanto, el feminismo republicanista es doble, de la igualdad y a la par de la diferencia. Desde Rousseau a Ibsen, de la Nueva Heloisa a Casa de muñecas, un hombre aparentemente civilizado, aparece como persuadido de su superioridad natural, que incluso piensa que el dominio que ejerce el varón es beneficioso para ellas. Por el contrario, en el siglo XXI el republicanismo civico y el feminismo de izquierdas convergen en el rechazo de plano del patriarcado de la dominación no solo en el ámbito privado de los hogares sino también en los ámbitos públicos del mundo laboral. Los ideales politicos de igualdad y de diferencia lejos de ser antitéticos, son plenamente complementarios. La nítida propuesta del republicanismo civico de un Maurizio Viroli es el de construir la igualdad a partir de las diferencias entre hombres y mujeres, a favor de la discriminación positiva hacia las mujeres. De lo que se trataría es de erradicar todas las situaciones de asimetría en las relaciones entre los sexos y de abolir las situaciones de arbitrariedad y de vulnerabilidad a que han sido sometidas las mujeres a través de los siglos. Las mujeres en una cultura dominante androcéntrica han sido dominadas por los varones de un modo material, y lo siguen siendo en gran parte del mundo, y también han ejercido sobre ellas una dominación simbólica. Por lo tanto, la piedra angular para solucionar los problemas históricos de millones de mujeres, está según el republicanismo feminista, en acabar con las dominaciones que están en la base del patriarcado secular. La alternativa republicanista viene de la mano de un feminismo institucional a la manera del que llevan practicando los países escandinavos, en una democracia totalmente paritaria, donde las estructuras de poder estén repartidas con equidad entre unas y otros, lo que permitiría el ejercicio de acceso a los puestos de máxima responsabilidad tanto a hombres como a mujeres. Unas mujeres en la esfera del poder, no solamente empoderadas, visualizadas en la alta dirección de las empresas y del comercio, en los consejos de administración y en las finanzas, en el parlamento y en el periodismo, en los ejércitos y en las iglesias. Las mujeres no pueden renunciar desde la diferencia de tener hijos a ejercer brillantes carreras, o a congraciarse con la jerarquía de las empresas sobre todo en el espacio privado. Nunca han de ser las primeras despedidas en caso de maternidad, porque se deben poder compaginar los derechos del trabajo con el de los cuidados de la prole, sin tener que sacrificar ninguna de las dos esferas o tener que decantarse por una de ellas por el hecho de ser mujer. Rousseau e Ibsen se equivocaron al pretender que no resulta degradante vivir bajo el yugo de la relación amo y esclavo. Por el contrario es modélico el diálogo que sostuvieron John Stuart Mill y Harriet Taylor que concibieron un modelo republicano donde mujeres y hombres afirmaban sus diferencias y a la vez, en paralelo, exigían para ambos una igualdad de estatus.La revolución de las mujeres, silenciosa en sus orígenes, hoy reivindicativa, ya está aquí con el anhelo de borrar dominaciones, arbitrariedades y vulnerabilidades.

* Profesor. Coautor de ‘Republicanismo cívico, socialismo de los ciudadanos’ (Laberinto)