Un servidor de Clío huye como de la misma peste del anacronismo y de las fáciles comparaciones cronológicas. Aun así se hace de arduo no reconocer sus peraltadas similitudes entre los años 30 del siglo XIX español y los del Novecientos, sin descartar las que quepa establecer igualmente con los de la centuria actual, pues es harto probable que de aquí en apenas un decenio la tercera revolución industrial haya tomado auténtica entidad y aparezca como una realidad determinante

--y convulsiva...-- en buena y ancha porción del mundo.

Pero dejando ello al trabajo de augures y arúspices más que al de los profesionales de la Historia, existe consenso unánime entre los estudiosos de los verdaderos orígenes de la España contemporánea en que la década de las Regencias --1833-43-- constituyó el firme punto de partida de la sociedad hispana del presente. Uno de los rasgos de este, la superioridad o, si se quiere, la prevalencia de Cataluña en múltiples terrenos sobre el resto del país comenzaría ya asentarse con fuerza indiscutida. La movilidad social, hodierno tan subrayada en nuestra patria como un rasgo clave del progreso de las colectividades, descubría en la Cataluña de María Cristina y Espartero --de manera ostensible sobre todo en Barcelona-- sus perfiles más acusados en el plano político. En la rica y contrastada literatura política de extracción netamente populista dada a la luz en el Principado de aquel entonces se espigan sin mayor esfuerzo no pocos de los lemas y consignas que hoy se leen y escuchan en sus continuos actos de masas: desfiles, escraches... El ánimo del anciano cronista queda --ha de confesarlo con permiso del lector-- singularmente impactado por una de las coplillas que llegaron a gozar, por dichos meses, de mayor popularidad en los protagonistas de las manifestaciones callejeras puestas en el orden del día de la cuotidianidad de la Barcelona del momento: «La hora es arribada/en que el poble vol ser rey/ afilem las espadas/, ciutadans i anem/ república volem/ república tindrem...».

En materia tan extremadamente delicada como la ahora abordada, todo cuidado en su análisis es, como se decía al principio de estos renglones, poco. Pero los acontecimientos de enero del flamante 2017 muestran en el Principado catalán la misma crispación y violencia soterrada que ha doscientos años atrás. La desembocadura de la conflictiva situación del trienio esparterista es harto conocida para comentarla siquiera sea brevemente. Y, desde luego, no es, ni de lejos, la más deseable. Mas no por ello --la Historia es siempre trágica en la mayor parte de sus procesos-- cabe descartarla, aunque sea en un registro menor. El tránsito de tanques por las grandes avenidas de la muy bella ciudad condal ojalá sea una estampa no dable a la contemplación de las generaciones actuales; mas el de piquetes de las elites de las Fuerzas Armadas, tal vez sea una imagen no por entero descartable.

* Catedrático