Tienes un hijo. Éste te enseña su colección de mariposas y un frasco con el veneno para matarlas. ¿Qué haces?». No se asusten. Esta es una de las preguntas del Test de Voight-Kampff, el imaginario cuestionario, para muchos basado en el Test de Turing, con el que Philip K. Dick creó el argumentario para distinguir a humanos de replicantes. La sublimación de esa entrevista trampa llegó en 1982, cuando Ridley Scott eligió para Sean Young un peinado pin up inmortalizándola en su belleza como un icono de los recuerdos, esa mercancía cotizadísima entre los replicantes y despreciada por los humanos. Hay otras preguntas del test más recordadas por los cinéfilos, como la tortuga volteada en el desierto. Pero para el marchamo de los comunes quedó la popularización del Cinturón de Orión, y una frase que compite con las apostillas del Rick Café («todo esto se perderá como las lágrimas bajo la lluvia»).

Aquel futuro filmado en el 82 se situaba en el 2019, dos años vista de sus apocalípticos presagios. Aún no hay coches voladores porque no somos de Bilbao, pero otros inquietantes augurios se están acercando peligrosamente al acierto del pronóstico. La trama se situaba en una ciudad de Los Ángeles congestionada por una superpoblación con ruidos asiáticos y una contaminación de lluvia ácida que vindicaba el peligro del planeta diez años antes de la Cumbre de Río. Hoy nos hermanamos con California en la desgracia esparcida por unos pirómanos, ayudando a sembrar muerte y desolación. Es la profecía autocumplidora de un futuro con un paisaje posnuclear, igual que el dibujado por Cormac Maccarthy. Todo este ejercicio de inmolación ayuda a aventar el cambio climático y certificar, verbigratia, que a finales de este siglo el 70 por ciento del territorio español podría ser un desierto.

Esa escenografía angustiosa también se refleja en la secuela de Blade Runner, que aguanta el tipo a pesar de que las segundas partes nunca suelen ser buenas. Pero cuánto añoramos a la replicante Rachel, y los originarios test de Voight-Kampff. ¿Cuántas preguntas harían falta para comprobar si Carles Puigdemont es un replicante? Quien más o quien menos ha pasado por sucedáneos de Voight-Kampff, como aquel que apócrifamente circulaba en el servicio militar si amabas más a tu madre o a la bandera. Puigdemont podría ser un Nexus 6 sin obsolescencia programada, pero con un software perfeccionado en el cinismo. En su iris de células madres que no sabemos si ha fabricado la Tyrell Corporation, solo hay voces para un diálogo metálico y cascadamente reproducido, mientras las casi seiscientas empresas que abandonan el suelo catalán prenden una estela de fuego, que no una estelada, cuyos primeros estragos se notarán en los índices de desempleo.

Queríamos un futuro real y suicida; queríamos retornar al pasado, con jeraltes que esconden la lira, se anaranjan la piel o se alborotan el pelo para volver emular a Nerón y sus llamas romanas. Así, puede que el futuro sí fue lo que era, con los populismos y los nacionalismos clamando a las puertas del desastre. Cuando se aplique el 155, cada bando gimoteará que todo esto se perderá como lágrimas bajo la lluvia. Pero a estos trileros que han puesto en jaque el Estado de Derecho puede que no les queden ni las lágrimas de cocodrilo.

* Abogado