La vejez es un estado vulnerable. En todos los sentidos. Mi madre tenía una cuidadora a la que trató con mucho cariño, a la que apoyó cuando se quedó embarazada sin quererlo y a la que le permitió criar al bebé en su casa y, de repente, un día se levantó sola comprobando sorprendida que aquella chica se marchó con algo más que sus cosas, se había llevado las joyas de toda una vida, incluida la pulsera que mi padre le había regalado sesenta años atrás. La ultima cuidadora ha sido más sutil: solo ha «sisado» comida y las «vueltas» de la compra de cada día. Supongo que se trata de que la condición humana tiende a aprovecharse del más débil -casi siempre- y que la lealtad no está al alcance de cualquiera. Es más, añadiría que casi siempre nos traicionan, nos engañan y hasta nos roban -hay muchos tipos de «robos»- los que están, o han estado, más cerca de nosotros.

Ese cliente al que le has dedicado todo tu tiempo, el máximo entusiasmo, tus conocimientos y muchas más horas de trabajo de las que caben en una factura; le has resuelto el problema y hasta ganado el juicio... Y de repente te escribe una carta que no entiendes para justificar que no te paga y hasta para cuestionar lo que un día te pagó.

Ese amigo al que le abres la puerta de tu casa cada vez que lo necesita, que te tiene cada vez que desfallece, que siempre encuentra contigo el apoyo y la palabra de aliento justa... Y de repente, el único día que tú lo necesitas, cuando es necesario que de un paso al frente por ti, va y se diluye como medio azucarillo en un café hirviendo.

Esas personas con las que eres generoso y le enseñas tu experiencia, a las que pones en el camino y en tu vida y de repente, descubres que solo te dijeron lo que querías oír, porque mientras duró, lo único que hicieron fue acumular a hurtadillas para llevarse lo que aprendieron de ti.

Ahora que lo pienso, no es la vejez la que nos hace vulnerables, sino depositar nuestra confianza en la persona equivocada, en esa que un día descubrimos que nunca lo hubiera merecido... claro que, como alguien dijo, «a cojón visto, macho seguro», aunque también es cierto que a veces, ni viendo el cojón, algunos somos capaces de adivinar el sexo que otros dan por seguro.

* Abogada