Deo volente, a comienzos del tan esperado 2020 tendrá lugar en la antaño gloriosa y siempre esplendente desde el punto de vista estético ciudad en la que habita el anciano cronista, un acontecimiento de honda repercusión en su capas íntimas en las que se deposita lo más acendrado de su inmenso patrimonio moral, mas de prosaica vulgaridad en su transcurrir cuotidiano. Desconocemos si, para la fecha anunciada, manarán ríos de leche y miel sobre la hoy política y éticamente agostada tierra de España, según anuncian con estruendosa trompetería los partidos que ya andan empeñados en la muy encarnizada batalla electoral, en un país a la fecha algo cansado de discursos públicos sin traducción en la mejora sustantiva de aspectos relevantes del funcionamiento estatal y de la misma convivencia nacional. Todos deseamos que sea así cualquiera que fuese el signo que se imponga en las urnas, no obstante las fundadas dudas que, a las veces, se albergan en el ánimo de una ciudadanía en exceso zarandeada por la ligereza de sus elites políticas. Cuando ya, por fortuna, el horizonte se halle más despejado y quepa hacer, con un mínimo de probabilidad o verosimilitud, hipótesis acerca de la trayectoria parlamentaria -y con ella, la de la misma sociedad-, un honesto y laborioso trabajador de la Renfe de la undécima capital de España abandonará para siempre el modesto pupitre en el que a lo largo de varias decenios ha venido prestando un servicio muy notable a sus conciudadanos, y a los miles de extranjeros desplazados a su magnificiente ciudad para gozar de su inmenso, inagotable tesoro artístico-cultural.

Interpelado por el articulista en vísperas de acontecimiento tan señalado en su biografía acerca de su sucesor o sucesores en tan delicada misión, su repuesta, acorde con su personalidad más honda, ha sido ejemplar y estimulante. «Vienen muy preparados y rendirán un servicio sobresaliente. Saben más idiomas que nosotros y muestran un ansia envidiable por dejar lo mejor de sí mismos al patrimonio de una institución ya casi centenaria (1941)». Indudablemente, son estas las palabras de un hombre de bien y de un español de la mejor prosapia. Es lo cierto que si todos o, al menos, gran parte de los jubilados de un país, en creciente e inexorable cita con dicho trance, adoptara la pauta o actitud del bienintencionado empleado andaluz objeto de modesto homenaje en las presentes líneas, un porvenir más halagüeño del dibujado estos días en pronósticos y vaticinios de comentaristas y sociólogos y economistas de toda laya se asentaría por unos años en una España asaz necesitada de personas de la andadura y temple del noble servidor de la colectividad hispana ahora recordado. Así, junto al tributo de gratitud a su vida profesional, hacer votos para una existencia jubilar colmada de ventura resulta a la vez obligado y letífico para el abajo firmante, escrito sea también en honor y recuerdo del insigne politólogo Santos Juliá, gallego de nascencia, pero andaluz de formación y querencia, viejo compañero del articulista en el inolvidable Instituto de San Isidoro de la ínclita Sevilla.

* Catedrático