Se ha oído durante varios días en Córdoba el relincho del caballo, ese noble lenguaje del equino que yo pienso es de agradecimiento a lo bien que lo ha cabalgado su buen amigo el jinete. Me estoy refiriendo a la decisión de Cabalcor para que no falte este año fatídico la decimoctava edición de la Feria del caballo de Córdoba que se clausura mañana. Me ha retrotraído a una experiencia periodística inolvidable, a finales de los años 50. Participé como enviado especial del Diario Pueblo en el raid hípico Lisboa-Madrid. Entonces surgió en mí el amor al caballo. Me refiero especialmente al caballo de pura raza española que merece ser declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad como propuso en su día Córdoba Ecuestre. Lo corrobora el éxito que ha tenido esta nueva edición de Cabalcor y la decisión de celebrarla. Las Caballerizas Reales han abierto sus puertas a los cordobeses y las han cerrado por su buena organización al coronavirus. Se suspendieron ferias y concursos en toda España pero hubo en Córdoba valentía, audacia y responsabilidad para ser la excepción. Como dijo el alcalde, José María Bellido, fue una decisión «de las más difíciles de nuestra vida». Se lo merecía el caballo y la ciudad. Los cordobeses han podido asistir al espectáculo ‘Pasión y duende del caballo andaluz’. Lo conozco y lo relaciono con José Antonio Muñoz Rojas, en uno de sus poemas: «Digo crines, digo y corren/ caballos crines olas con espumas, / cabalgando». Lo recordé en Viena cuando asistí al espectáculo de la Escuela Española de Equitación basada en la doma clásica española.