En la larga vocación del escritor, los atajos solo son atributo de los niños prodigios o de los bendecidos por un sorpresivo mimo editorial. Los demás, somos galeotes de las musas y el tesón, la novela publicada como colofón de una pirámide de Bird asentada en multitud de relatos. De hecho, el relato es el fogueo del narrador, las benditas carreteras secundarias de esos concursos en los que modestamente soñabas con entorcharte detrás del ilusionante anonimato de la plica y el seudónimo. Tan sinuoso era el camino que prescindíamos de categorizar nuestra empresa: relator era un vocablo ignoto, ingratamente ignorado, cuando el engranaje crítico de los hechos es el que armoniza, o prostituye, la conjunción entre lo vivido y lo contado.

Carmen Calvo ha abierto la caja de los truenos. Su discurso, más que a la finezza de un Alto Comisionado, ha apelado al estrambote del gran Chiquito. Así, el relator se ha convertido en el comendador que trastabilla en el abismo, el arriesgado funámbulo de esta España de cocodrilos. Por un lado, las buenas intenciones de enderezar el entuerto catalán se agrian y se aguan por el crédito cortoplacista, la voluntad de este Gobierno de ejercer de Sherezade, fabulando cada noche un ejercicio de supervivencia. Por otro, el ful eterno del soberanismo catalán, el que tensa la cuerda de un cuco victimismo y engrasa su estrategia con una maquiavélica deslealtad. El histrionismo separatista se prepara para un trascendental acto, el juicio que hoy comienza y que, en el maniqueísmo imperante, alcanza tintes de Juicio Final. Incluso se especularía con el morbo puigdemoniaco de ver a los procesados con monos naranjas, tal que las prisiones norteamericanas, para que los televidentes independentistas odien para siempre al partido de esa gama cromática.

Y allá a su frente los réditos de la crispación, la yesca de las banderías para devolver sospechas y presunciones a los émulos de Sherezade, dado que las razones de Estado parecen engullidas por intereses partidistas. El frentismo agita tendencias y robustece bloques electorales, comiéndole el suelo a los que intentan tender puentes. Bien es cierto que se echa en falta la coherencia de la firmeza, desbordada por un malabar de improvisaciones. Pero por otro lado se hace peyorativo todo atisbo de concordia. Llegan horas cruciales en las que un Estado penta centenario no puede venderse por un plato de lentejas, ni salir indemne desde la cerrazón.

La clave está en el relato, en aprovechar el viento de cola de un Estado de Derecho y en tumbar estos brotes de leyenda negra que se orquestan desde Waterloo y el Palacio de la Generalitat. Y el mejor elixir es la transparencia de las instituciones y el desprendimiento de quienes tienen que reconducir esta deriva. Habrá mucho histrionismo entre los separatistas, pero también una avidez que puede convertirse en su principal error estratégico. Sobre la mesa de los Presupuestos había un indudable mejoramiento para Cataluña que ayudaría, desde el pragmatismo, a escalar su secesión. Pero sigue primando el órdago del caos, y la peligrosa ayuda del desquite y envalentonamiento de una España que presenta síntomas de hartazgo.

Quién iba a decirnos a los que nos presentábamos a concursos literarios la importancia que ha adquirido el relato. Pero, dadas las circunstancias, pocos han advertido a los relatores que la épica no es el lenguaje narrativo más propicio, sino el españolísimo esperpento.

* Abogado