Hace cien años, desde Córdoba, los andalucistas se dirigían a todos los andaluces en un Manifiesto que planteaba un conjunto de reivindicaciones de distinta índole, se dirigían a ellos calificándolos como un «pueblo vivo, bullicioso y feliz», además planteaban que para resolver sus problemas la vía era recordar «como un acicate su gloriosa historia». Una propuesta que, al menos en teoría, ha calado en nuestra comunidad. El preámbulo de nuestro Estatuto de Autonomía contiene referencias a la Constitución de Antequera de 1883, a la Asamblea de Ronda de 1918, al proyecto de autonomía iniciado en 1933, así como a las manifestaciones multitudinarias del 4 de diciembre de 1977 o al referéndum del 28 de febrero de 1980. En muchos de estos acontecimientos, cuya línea de continuidad se vio alterada por la dictadura franquista, Córdoba tuvo su protagonismo, en particular en 1919 o en 1933, y asimismo estuvo presente en la consecución de la actual autonomía, aquí se dieron tanto la Asamblea de Parlamentarios que en 1977 sentó las bases de la preautonomía como la presentación pública a la misma Asamblea del texto definitivo del Anteproyecto de Estatuto en 1981, sin olvidar la participación popular en la manifestación del 4 de diciembre.

Desde mi punto de vista, si nos atenemos a lo acontecido desde el último cuarto del siglo XX hasta hoy, la gran transformación de Andalucía ha consistido en la manera en que miramos hacia nosotros mismos y, por supuesto, hacia nuestro pasado. Pensemos que fue en 1869 cuando Joaquín Guichot publicó la primera historia de Andalucía, una obra en la que encontramos abundantes referencias a la historia general de España, sin que en los años transcurridos entre esa fecha y 1936 apareciera otra publicación de esas características, aunque sí proliferaron los estudios de carácter local sobre nuestras ciudades y pueblos, aunque ya nos advertía Tomás Muñoz y Romero en 1858 acerca de los defectos que tenían muchas historias locales, y afirmaba que «los historiadores suelen ser minuciosos y verdaderos, si bien alguna vez no les deja penetrar la verdad de los hechos de fe, el entusiasmo, la indignación o el espíritu de bandería, de que se hallan poseídos». Será a partir de 1975 cuando asistamos a un resurgir del interés por el conocimiento de nuestro pasado, y la puesta en marcha de proyectos para dar a conocer la historia de nuestra comunidad, a veces incluso centrados en exclusiva en la etapa contemporánea.

No obstante, a pesar de los esfuerzos y de los logros de la historiografía andaluza, pienso que ha habido un cierto fracaso a la hora de llevar ese conocimiento de nuestro pasado más allá del ámbito de los especialistas, porque en los libros de texto, al menos en lo que he conocido por mi actividad profesional en la enseñanza secundaria, las referencias a la historia de Andalucía aparecían como un parche en el contexto de la historia de España, y, cuando existió la posibilidad de incluir en Bachillerato una asignatura optativa dedicada a la historia de Andalucía, no contó con suficiente respaldo, ni administrativo ni entre el profesorado. Ayer se celebró una manifestación que reivindicaba el papel protagonista de Andalucía y su recuperación como sujeto político. ¿Cómo conseguirlo? He recordado un artículo que hace también casi un siglo escribió un socialista montillano, José Márquez Cambronero, quien defendía el papel formativo que debía tener la Casa del Pueblo de su localidad, porque pensaba que solo mediante la instrucción se podían conseguir los objetivos perseguidos por su organización, para lo cual era necesario, decía, «un proletariado consciente», hoy quizá diríamos que hace falta una ciudadanía consciente, que se puede conseguir con el mismo método que él proponía: «Más estudio, menos curiosidad y más ideas».

* Historiador