He recorrido en los últimos días la piel de toro de sur a norte y de norte a sur y me he ido sorprendiendo de lo que mis ojos veían, porque España, amigos, es mucha España, aunque algunos se empeñen en negar su singular grandeza. He atravesado mesetas, valles, bosques, páramos yelmos y, de pronto, en mitad de la nada me dejó sin palabras la visión fantasmagórica de un edificio aeroportuario, con no menos de 25 aeronaves aparcadas enfrente, alineadas y con una enorme pista de aterrizaje que luego supe se trataba de una de las más largas de Europa. Todo eso en la más absoluta nada y dicho sea con el debido respeto para Teruel, porque vaya por delante mi admiración. Hay políticos con capacidad de generar empleo y riqueza, de reconvertir ideas frustradas en brillantes, de conseguir sacar de la nada un proyecto ambicioso y de hacer que la tierra de la que son, en la que viven y por la que tienen que luchar en la política, consiga mucho más de lo que tenía cuando ellos llegaron. En mitad de la nada, créanme, surgió esa visión a la que me refiero, por la dimensión de los aviones, por el tamaño de los mismos y por la cantidad que había: ¡el aeropuerto de Teruel! Parece que ya nació sin vocación de ser un aeropuero de tránsito de pasajeros o, si lo fue, que pronto alguien entendió que había que reinventarse y buscar la fórmula adecuada y así lo hicieron. Ese aeropuerto es hoy la mayor plataforma de estacionamiento y mantenimiento de aeronaves de Europa. Mientras AENA se las ingenia para tapar las tremendas fugas monetarias, en Teruel han dado con la fórmula mágica que, sorpresa, genera beneficio sobre la economía local de manera extraordinaria. En Teruel ya se han acostumbrado a ver enormes Boeing 747 procedentes de Tokio o Kuala Lumpur aterrizando junto a la carretera comarcal y en los hoteles o en los restaurantes de la zona (¡hay hasta alguna estrella Michelin!), a codearse con plantillas enteras de grandes empresas aeronáuticas, con tasadores de aviones que llegan desde Amsterdam o París para intervenir en una operación de compraventa, alojándose en hoteles rurales de lujo que reservan en exclusiva. En Albarracín, siendo uno de los pueblos más bonitos de España, moribundo en invierno, sirven ahora las mejores viandas a los dueños kuwatíes de esas aeronaves. Admiro con pasión la capacidad de poner en valor la nada, como desapruebo la incapacidad para poner en valor el dinero gastado para nada. Estamos en época de cambio y ha llegado el momento de que alguien haga algo para que nuestro aeropuerto no quede en la crónica negra de como tirar dinero... para nada.

* Abogada