Desde que tengo sobrinos soy más consciente de las barbaridades que se narran en los cuentos infantiles. Abuelas que son devoradas por lobos o reinas de corazones que solo piensan en cortarle la cabeza a la gente. Pero entre todos los malvados de las fábulas, estaremos de acuerdo en que el más terrorífico es el que representa el papel de la madrastra. Tenemos a la de Blancanieves, esa mujer fría y egocéntrica que odia a la hija de su marido hasta el punto de ordenar su muerte o la de Cenicienta, que la maltrata física y psicológicamente. Siempre me he preguntado qué deben pensar las madrastras del mundo real al leer o ver esos cuentos con sus hijastros. Los padrastros no tienen por qué preocuparse porque no tienen ni siquiera un triste papel secundario y los padres biológicos siempre son buenos. Incluso el de Hansel y Gretel que abandona a sus hijos en el bosque, lo hace manipulado por su cruel mujer. Si nos centramos en el ránking de los malvados de Disney tenemos, aparte de las madrastras ya mencionadas, a la bruja Maléfica de La bella durmiente, a Cruella de Vil, Ursula la bruja del mar o a la inhumana madre adoptiva de Rapunzel. Después de muchas malvadas femeninas, aparece Scar, el asesino de El rey león’. Ni siquiera es un hombre de verdad. Es un macho animal y tío del pequeño Simba. Nada de padre ni padrastro. El Capitán Garfio, el brujo de Aladín o el tigre del Libro de la selva. Ogros, brujos o animales. Bestias que se convierten en príncipes. Pero nada de padres ni padrastros. El mundo real no tiene nada que ver con el de fantasía, pero cuando aparece una madrastra tan mala como la del pequeño Gabriel, no podemos evitar pensar en ella. En la celosa y mala madrastra de Blancanieves. Desde aquí le deseo un auténtico final de cuento. Bien terrorífico. Que la encierren en una mazmorra y le echen un maleficio de esos de los que no pueda escapar jamás. Y aprovecho para romper una lanza a favor de las miles de madrastras encantadoras, generosas y buenas que aman a los hijos de sus parejas como si fueran suyos. La mayoría, por suerte.

* Periodista