Siento comunicarles que he experimentado que la mascarilla es inútil, no protege; ni siquiera alivia. Les cuento; no me lío en circunloquios tan propios de mendaces gobernantes. Pues tras cuando la del alba sería, surcaba yo, tan ufano, tan gallardo, mi semáforo, cuando oigo un rumor de otro compañero de travesía, que no era precisamente un do de pecho, más bien un do de vientre, de bajo cantante, o más bien de bajo profundo. Menos mal que la nota salió impostada por arriba. ¡Madre mía! ¡Si mi don Quijote hubiera descabalgado de su hacanea a la aldeana con mascarilla y soltando ese regüeldo que me encalabrinó y atosigó el alma! Temí que ya hubiesen sacado del albañal esta última ley educativa que están pergeñando en las calderas de Pedro Botero. Ya he oído decir a un mandatario que la situación va a dar un cambio de 3600. No me negarán que tiemble más que con la fiebre del peor virus. Volviendo al do de pecho, comprobé también que el sonido y el olido se transmiten casi a la misma velocidad de la luz. ¡Me cachis con la física! Aquello sí que fue un tormento para mí hasta que pude llegar a la otra orilla del paso de cebra, o más bien paso de onagro. Sólo mi alma pudo exclamar: “¡Anda, hijo, que Dios te ampare!” Y el compadre, tan campante, buscando melismas para otro do sostenido o re bemol, andante con moto de su escala cromática dodecafónica. Y perdónenme tanto palabro, pero es que aquello fue demasiado, aunque la mascarilla estuviese hecha de hojalata. Pensé en nuestros mártires sanitarios. Si yo casi no consigo atravesar un paso de acémila, ¡qué será de ellos cada día, a base de regüeldos, remilgos, resacas y retortijones! Sí, acabaremos todos confinados, confitados, configurados, confirmados y hasta confederados. Ya sé que está la cosa chunga, que no está para guasa; pero lo que ya no sé es cómo empezar el día, salir a la calle, atravesar un semáforo, siempre con la incertidumbre de llegar infectado de lo que sea, porque compruebo continuamente que hay muchos más virus que el virus, gracias a cada ley educativa. Esto sí que es una epidemia sin vacuna, peor que la de la peste, porque esto sí que es una peste. Así que no hace falta esta paparrucha de gobierno central y gobiernos autonómicos, yo solo me confino en el mismo confín del mundo.

*Escritor