Se nos apaga el verano y no queremos saber aún que se despide. Miramos el amanecer y solo queremos decirnos que es así y siempre será así, porque en junio habíamos regresado a la inconsciencia. Ahora asoma la vuelta a la verdad, este camino que siempre nos aguarda y siempre traicionamos. La realidad está llamando ya a nuestras horas, pero todavía no queremos escuchar sus nudillos insistentes. Las golondrinas apenas trizan ya por las mañanas ni se adormecen en el cielo cuando el anochecer nos cubre. Nos miraban sorprendidas allá por marzo, mientras la tierna tibieza de la brisa abría las primeras rosas y llegaron a nuestro cielo y nos encontraron encerrados mirarlas pensativos, melancólicos, tras los cristales de nuestros balcones y ventanas, los parques solos, las calles solas, las fuentes solas. Ahora ya se preparan para irse. Nos quedaremos solos, de nuevo. Pero esta vez no será la primavera la que nos acompañará con su esperanza; esta vez será la realidad de un septiembre solitario a base de adioses sin regreso. Esta vez todo será solo incertidumbre de todo incertidumbre, y todos seremos solo eso. ¿Quién permanecerá con nosotros en este mal camino que cogimos cuando apareció el problema? Vendrán los vientos y se quedarán los árboles desnudos. Vendrán los fríos, las largas noches, todo ese tiempo que no queremos ver porque no queremos ver. Dejar siempre para nunca abrir los ojos y abordar la situación. Vendrá la nueva soledad. Quién sabe a quién le tocará sufrir en esta nueva lotería perversa que el mundo se inventó hace unos meses. ¿Cómo acunar la semilla de la vida para vivir adultos? Sí, ya sé que es demasiado triste hablar de esto, ahora que agosto aún se extiende por el mar, y amanece como si siempre fuese agosto y hubiese sido agosto y siempre vaya a ser agosto, y no pasara nada ni otra cosa que no sea nada. Pero nacieron nuevos niños y florecieron enamorados nuevos. Y han vuelto a sonreír nuestros abuelos; ellos ya saben los secretos de vivir; nos piden que no convirtamos en amargura esta realidad, que saboreemos los nuevos frutos de los campos, la uva y la manzana, la miel, el pan y sus dulzuras, el amor entre los labios; que esperemos en el Padre de los cielos, pues en su corazón la vida vuelve siempre a nuestro corazón.