Susana Díaz vestida con los colores de los escaques de un ajedrez, con predominio del negro, pareciendo querer decirnos que ganan la partida las negras, y con un tosco deje castellano en algunas de sus palabras se despide de los andaluces en su último discurso de Año Nuevo como presidenta de la Junta de Andalucía. Y como fondo, puertas abiertas del palacio de San Telmo. Demasiadas puertas. Y ella en el centro de la escena como en esas películas de terror en las que aparece en el momento más inopinado por detrás el fantasma. Aunque su discurso y sus gesticulaciones de anuncio de detector de radares fulmina cualquier tensión de intriga o misterio a la trama. Susana no ha dicho nada que trate de hacer justicia a los 40 años de gobierno socialista en Andalucía. No ha tenido una sola palabra para aquellos socialistas que por ya pertenecer a la historia del andalucismo político están fuera de toda duda partidista. Ella ha preferido seguir haciendo eso que sabe hacer bien, partidismo. Nos ha vuelto a vender su moto que no es otra que quiere seguir en política. Y por eso ha hecho algo que sabe hacer bien: ponernos a todos la boina y hacernos el cargo de conciencia maternalista de que sin ella ni sus políticas no hubiéramos nacido al andalucismo democrático. Y ya que teníamos la boina puesta pues hacernos sentir un poco como aquellos protagonistas de los Santos Inocentes, con aquello de que viene la regresión histórica. Esta última parte es la que más me gusta pues en donde no contenta con que nos pongamos la boina para escuchar su discurso paleto y llano nos la cala hasta las orejas. Pero aun así, la única regresión histórica que nos entra en la poca frente que nos deja la boina calada es la de la propia Susana. Ella ha mandado al socialismo andaluz a la oposición. Algo histórico y evidentemente regresivo. ¡Feliz 2019!

* Mediador y coach