"Sistema político por el que se rige una nación». Esta es la primera acepción que el diccionario de la RAE nos da del vocablo «Régimen». Una definición aparentemente inofensiva y neutra. Somos nosotros y nuestras circunstancias los que nos prestamos a su maledicencia. De hecho, «régimen» no está en nuestro uso diario; si acaso, cedido a precio de saldo a los dietistas, que nos colocan sobre el estómago esa cruz para penitenciar nuestras ingestas.

Y es que fue precisamente un atracón lo que produjo aversión y empacho en su uso. Los que somos capaces de identificar a Los Roper en un fotograma, nos convertimos en perritos de Pavlov con el Régimen, asociándolo irremisiblemente con Franco. También la Monarquía parlamentaria consagrada en el artículo 1 de nuestra Constitución es un régimen, pero nos da pudor hablar de ello, como si fuésemos a mentar una desgracia.

Tal es el caso que, si alguien hace apelaciones al Régimen en algunas declaraciones, no esperen nada bueno. Sin ir más lejos, un representante de Bildu se vino arriba para justificar su guiño aprobatorio a los Presupuestos Generales del Estado. No habló de independencia, pues no era el momento de echar la sal gruesa, pero sí de cambio de Régimen. Así, como si tal cosa. Este será un Estado de Derecho gripado en excesivas ocasiones. Pero de ahí a categorizar que este país aún lo sostienen la guardia mora, el estraperlo o las reliquias de los santos media un abismo.

Bildu es uno más de los tahúres en un tablero cuyo órdago principal se llama presentismo. Aparentemente, esta mayoría de bloque izquierdo secesionista genera una confianza con fecha de caducidad. La incongruencia de crear Estado, destruir Estado obedece más a las Leyes de la Física que a las propias reglas de la gobernanza. Pero frente al resquemor ante lo venidero, surge una avidez empírica: el poder se disfruta en el presente y el mañana solo será la quebradura de ese armisticio. Todos los Gobiernos se aplican a la máxima de estirar el presente para estirar el poder, pero esta asimetría cínica es de antología.

Se vociferan cambios de Régimen a la par que dentro del Gobierno se practican silencios ominosos. Incluso han exteriorizado los remordimientos, endosando la otra mejilla a Ciudadanos, el partido que aún está penando su incomprensible alejamiento de la centralidad. Pero este sesteo del PSOE con la moderación puede costarle muchos réditos políticos, ahora que Arrimadas ha hecho un envite proactivo, y Casado se retrató en un perfil de hombre de Estado en esa moción de censura que para Vox fue un tiro por la culata.

Iglesias se sentirá feliz en ese papel de muñidor de grandes estrategias, un Napoléon con las facciones encanijadas de Rasputín. Feliz su ego por comerle al PSOE de los ciento y pico años la tostada. Por saberse, al mismo tiempo, rehén y carcelero de este poder. La gran paradoja se muestra en que si los ciudadanos de Cataluña y el País Vasco no formasen parte de España sus expectativas encogerían aún más que la lana en un programa caliente. O no, porque ya se han visto los escuálidos resultados de Podemos en las últimas elecciones gallegas y vascas.

Puede que pronto no cuele utilizar a la Corona y los demás sortilegios centrífugos para avivar el cambio de Régimen. Iglesias y Sánchez no quieren decirlo porque internamente se lo dicen: el Régimen soy yo.

* Abogado